Jesús mío, bien veo todo lo que has hecho y has padecido para obligarme a amarte, ¡y yo que me he mostrado tan desagradecido contigo! ¡Cuántas veces, Dios mío, he cambiado tu gracia y te he perdido, por un placer tonto, o por un mal deseo. Perdóname, Dios mío: me duelen mis culpas porque no mereces que te trate así, y me arrepiento de todo corazón; confío en tu amor sin límites. Si no fueras tan bueno, tendría que desesperarme y no atreverme a buscar más tu misericordia.
Gracias porque me has soportado tanto tiempo. El solo hecho de que tengas tanta paciencia conmigo, Dios mío, debería atraerme hacia el amor. ¿Quién podría seguir queriéndome, sino tú, que eres Dios de infinita misericordia? Hace mucho tiempo que me estás invitando a amarte, no quiero resistirme más a tu amor, me doy a ti por entero. Ya está bien de pecar contra ti; ahora quiero amarte. Te amo, pues eres inmensamente bueno; te amo, Dios mío, que eres digno de amor infinito, y quiero estar repitiendo siempre y en la eternidad: te amo, te amo. Dios mío, cuántos años y cuántas posibilidades he perdido haciendo el tonto. Habría podido amarte, conocerte y servirte; sin embargo los he malgastado. Pero, Jesús, tu Sangre es mi esperanza. Espero que nunca ya dejaré de quererte. No sé cuánto tiempo de vida me queda, pero el resto de mi vida, poco o mucho, te lo entrego totalmente. Para esto me has esperado hasta ahora. Quiero, pues, complacerte, deseo amarte siempre, Señor, y sólo a ti quiero amar. ¿Qué son para mí los placeres? ¿Qué las riquezas? ¿Qué los honores? Sólo Tú, Dios mío, sólo Tú eres y siempre serás mi amor y mi todo. Pero nada puedo, si no me ayudas con tu gracia. Hiere mi corazón, enciéndelo con tu santo amor, únetelo todo a ti, únelo de tal manera que nunca pueda separarse de ti. Prometiste amar a quien te ama. Pues bien, te amo; no permitas que yo haga nada que impida que me ames. Quien no ama está muerto. Líbrame de esta muerte. Haz que siempre te ame, para que Tú puedas amarme; así nuestro amor será eterno y nunca desaparecerá entre Tú y yo. Concédeme esto, Padre eterno, por amor de Jesucristo. Concédemelo Tú también, Jesús, por tus méritos, que ofreciste al Padre por cada uno de los hombres. María, Madre de Dios y Madre mía, ruega Tú también a Jesús por mí. Todo lo espero de Ti, Jesús mío: ¡conviérteme! ¡Señor, Tú sabes que te amo!: cuántas veces, Jesús, repito y vuelvo a repetir, como una letanía agridulce, esas palabras de Pedro: porque sé que te amo, pero ¡estoy tan poco seguro de mí!, que no me atrevo a decírtelo claro. ¡Hay tantas negaciones en mi vida perversa! -¡Tú sabes que te amo! -Que mis obras, Jesús, nunca desdigan estos impulsos de mi corazón. Señor, te pido un regalo: un Amor que me deje limpio. -Y otro regalo aún: conocimiento propio, para llenarme de humildad. ¿Qué te he hecho, Jesús, para que me quieras así? Ofenderte... y amarte. -Amarte: a esto va a reducirse mi vida. ¡Jesús, hasta la locura y el heroísmo! Con tu gracia, Señor, aunque me sea preciso morir por Ti, ya no te abandonaré. Señor, que no me inquieten mis miserias pasadas ya perdonadas ni tampoco la posibilidad de miserias futuras; que me abandone en tus manos misericordiosas; que te haga presentes mis deseos de santidad y apostolado, que laten como rescoldos bajo las cenizas de una aparente frialdad... Señor, sé que me escuchas. Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a Ti; mis palabras, para que hablen de Ti; mis obras, para que sean tuyas. Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como quieres, quiero mientras quieras. Toma, Señor, y recibe mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo lo que tengo te lo entrego. Tú me lo has dado, a Ti te lo devuelvo. Dame amor y tu gracia, que eso me basta. Invocaciones a Jesús Redentor / Índice
Cerrar![]()
![]()
![]()
![]()
![]()
Miércoles