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Martes

Señor mío, ¿cómo he podido ofenderte tantas ve­ces, sabiendo que el pecado te desagrada? Te pido, por los méritos de tu Pasión, que me perdones y que me ates a ti con los lazos de tu amor; que el mal olor de mis culpas no te aparte de mí. Haz que considere cada vez más tu bondad y el amor que te debo, y la caridad con que Tú me has amado.

Deseo, Jesús bueno, darme a ti por entero, ya que Tú quisiste entregarte sacrificándote por mí. Te pido que no permitas que jamás me separe de ti. Te amo, Dios mío, y quiero amarte siempre. ¿Cómo podría vivir separado de ti y sin tu gracia, ahora que he conocido tu amor?

Te doy gracias, porque me seguías queriendo cuando vivía sin tu gracia, y porque todavía me dejas tiempo para amarte. Quiero amarte con todas mis fuerzas, Jesús, y me propongo agradarte en todo. Te amo, te amo más que a mí mismo; y porque te amo te hago entrega de mi cuerpo, de mi alma y de toda mi voluntad. Haz con­migo, Señor, y dispón de mí según tu querer; me someto a ti en todo. Lo que más me importa es amarte. Los bienes de la tierra dáselos a quienes los quieran; yo no deseo más, ni nada más te pido, que la perse­verancia en tu gracia y en tu amor.

Jesús, que estás sacramentalmente presente dentro de mí, Tú dijiste que si pedíamos algo en Tu nombre, nos lo concederías: en Tu nombre te pido la perseverancia, y la gracia de amar­te con todo mi corazón, cumpliendo perfectamente de ahora en adelante tu voluntad.

Jesús, te has hecho víctima por mí, y Tú mismo te me has dado, para que yo me entregue a ti y te someta mi voluntad; tú mismo dices: Dame, hijo mío, tu corazón. Aquí tienes mi corazón, Señor, aquí tienes mi corazón y mi alma, que también te doy y a ti la dedico totalmente. Pero Tú conoces bien mi debilidad: ayúdame, no permitas que aparte mi voluntad de ti para pecar contra ti. No lo permitas de ningún modo; concédeme que siempre te ame, haz que te ame todo lo que un cristiano debe amarte; y de la misma manera que tu Hijo muriendo en la Cruz pudo decir: Todo está consumado, que yo también pueda decirlo cuando muera porque a partir de hoy guarde tus mandamien­tos. Concédeme que, en todos los peligros y las ten­taciones de pecar contra ti, siempre recurra a ti, y que nunca deje de pedir tu auxilio. Gracias, Dios mío, porque Tú eres fiel.

María Santísima, que todo lo puedes delante de Dios, consigue para mí la gracia de que en las tentaciones me refugie siempre en Dios. -¡Dios mío, enséñame a amar! -¡Dios mío, enséñame a orar! Jesús, si en mí hay algo que te desagrada, dímelo, para que lo arranquemos. Señor, que desde ahora sea otro: que no sea "yo", sino "aquél" que Tú deseas.

Que no te niegue nada de lo que me pidas. Que sepa orar. Que sepa sufrir. Que nada me preocupe, fuera de tu gloria. Que sienta tu presencia de continuo. Que sepa darme a los demás. Que ame al Padre. Que te desee a Ti, mi Jesús, en una permanente Comunión. Que el Espíritu Santo me encienda.

Señor mío Jesucristo realmente presente en mi, te adoro con todo mi corazón, me uno a la adoración que te dan en el cielo los ángeles y los santos. Te doy gracias por todo lo bueno que he recibido de Ti: por haberte podido recibir hoy, y te agradezco tu cariño y  tus cuidados. Te doy gracias por haberte recibido como alimento y medicina para mi alma.

Dame la gracia para dejar todo lo que se refiere a mi persona. Yo no debo tener más preocupaciones que tu gloria, en una palabra, tu AMOR -¡todo por amor!-.

Jesús mío quiero corresponder a tu Amor, pero soy flojo. ¡Con tu gracia, sabré! Si he de hacer algo de provecho, Jesús, has de hacerlo Tú por mí. Que se cumpla tu Voluntad: la amo, ¡aunque tu Voluntad permita que yo esté siempre como ahora, penosamente cayendo -en faltas leves-, y Tú levantándome!

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