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¿Por qué están mal las relaciones sexuales entre novios?

Fuente: El equilibio interior (José Brage)

Con frecuencia se plantea en distintos ámbitos (una reunión de amigos, los hijos con los padres, al pedir un consejo a un sacerdote, etc.) esta pregunta: «¿Por qué está mal tener relaciones sexuales entre novios? No lo entiendo». Me parece que no es fácil dar una respuesta convincente, y menos brevemente. También porque no es fácil entender si no se quiere entender. Conocer es ya un acto moral, es decir, un acto en el que interviene la voluntad. Lo decía el viejo Aristóteles: para descubrir el error no se puede estar en él, y para descubrir la verdad hay que estar en ella. La experiencia es que resulta casi imposible convencer a alguien en una sola conversación de que está mal tener relaciones antes de matrimonio, si ya lo hace. Normalmente, a lo más que se puede aspirar en esa primera conversación es a sembrar una duda. Se requiere luego un diálogo sincero y prolongado, una escucha paciente de argumentos serenos, la reflexión personal y, sobre todo, el ejemplo de personas felices en quienes se confía, para lograr abrir el alma –no solo la mente, también el corazón– a la posibilidad de estar equivocados... Entonces será el momento oportuno de invitar a los interesados a luchar por vivir las cosas de otro modo (salir del error, siguiendo Aristóteles), y «ver qué pasa» por sí mismos... Solo así la verdad podrá comenzar a abrirse paso en el alma...

«¿Por qué está mal tener relaciones sexuales en el noviazgo?». En el apartado anterior hemos argumentado desde el punto de vista, bastante claro, de la justicia, y desde el punto de vista de la verdad interna del acto mismo. Ahora vamos a intentar dar otras respuestas, más subjetivas y menos concluyentes, con la idea de lograr ese proceso que podríamos definir como «acumulación de evidencias» o, al menos, «acumulación de indicios», a favor de la belleza de la castidad.

Pienso que casi todos los novios que tienen relaciones sexuales, las tienen por amor. Por amor... y algo más. Y ese es el problema: que junto al amor se mete furtivamente y de modo muchas veces inconsciente, «algo más», que puede ser: egoísmo, afán de conservar al novio (más normal en la novia), apego al placer sexual (más normal en el novio), cariño mal entendido que lleva a conceder al otro lo que pide con insistencia (más normal en la novia), afán de querer ser «como los demás» (en algunos ambientes)..., y siempre, sensualidad, aunque sea disfrazada de afectividad, porque «a nadie le amarga un dulce»... Pues bien, ocurre que este «algo más» que se cuela «de tapadillo», mezclado con el amor, puede ser un germen de corrupción del propio amor, al impedir que madure. Veámoslo.

En el fondo, el noviazgo es una preparación para descubrir si esa persona con la que se sale es la persona con la que se quiere compartir la vida, toda la vida. Para ello es necesario que ambos novios asciendan juntos por los «escalones» [1] del amor, y vean si son capaces de un amor perdurable, por ser verdadero. Como vimos, el amor se inicia con una atracción física (muy fuerte en los chicos) y sigue con la complementariedad afectiva (más fuerte en las chicas), pero no consiste solo en esto: ha de continuar con el amor personal, que incluye también la dimensión espiritual. Lo primero y lo segundo es fácil, suele funcionar solo. En cambio, llegar a esa amistad personal y unión espiritual, no es tan fácil. Queda bien reflejado en la expresión: «Lo que se necesita para casarse con alguien es tener tema de conversación para sesenta años». ¡Cuántas veces personas que atraían inicialmente mucho y con las que se empezó a salir con ilusión, acaban aburriendo al conocerlas mejor (o incluso, cayendo mal)!

Si en ese proceso ascendente desde la atracción física y afectiva al amor personal y espiritual, se mete una «bomba» en el primer escalón (atracción física) y en el segundo (unión afectiva), como son las relaciones sexuales, es difícil pasar a los siguientes escalones. Se puede quedar atrapado en el plano físico (sobre todo los chicos), o en el plano afectivo (sobre todo las chicas), e instalarse cómodamente ahí. Unos y otras ya no ascienden los escalones del verdadero amor, no conquistan las dimensiones personal y espiritual, o lo hacen con más dificultad. De ese modo, lo físico y afectivo ocupa casi toda «la cuota de pantalla» del noviazgo, en detrimento de las otras dimensiones, que se atrofian, pese a ser decisivas. Así, los enfados y desencuentros, por ejemplo, acaban arreglándose en ese nivel. Arreglándose aparentemente, porque en realidad no se han sanado adecuadamente, sacando a la luz lo que nos pasa y lo que pensamos, lo que queremos y lo que necesitamos, en un diálogo de amistad profunda.

También la ternura puede desaparecer poco a poco de la vida diaria, como si se la reservara para esos momentos de intimidad sexual pero, a la vez, no sobreviviera a esa prueba. Pienso que no sería un mal ejercicio para muchas chicas que tienen relaciones con su novio antes del matrimonio preguntarse cuándo fue la última vez que él tuvo algún gesto de ternura gratuita, desinteresado, sin intención de apropiación. Es decir, cuándo fue la última vez que hizo algo bonito, tierno y amable por ella, desinteresadamente. Si la respuesta es que hace ya mucho tiempo, la chica podría preguntarse si hubo un tiempo en que lo hacía con más frecuencia, y en qué momento dejó de hacerlo. Puede que descubra que fue precisamente al comenzar a tener relaciones en el noviazgo, cuando se perdieron esos gestos de ternura cotidianos. Esto no es algo infrecuente. Son muchos los novios y novias que mirando retrospectivamente una relación deteriorada comentan: «La cosa se fastidió cuando empezamos a tener relaciones: ahí se acabó todo lo maravilloso de nuestro noviazgo». Porque entonces el egoísmo empuja más fuerte, el amor es menos respetuoso, es menos amor [2].

Y al contrario, cuando una persona se decide a vivir su noviazgo de una forma respetuosa con la castidad, el resultado es que el amor puede crecer, con todas sus manifestaciones de ternura. Como aquel joven que contaba su experiencia en un cursillo prematrimonial: después de años de tener relaciones con su novia, decidió que quería empezar a vivir bien el noviazgo. Pero le daba miedo la reacción de su novia, que vivía en otra ciudad, y era incapaz de hablarlo con ella. Por lo que cada vez que iba a verla, incumplía su propósito. Al final, optó por ir a verla cargado de propuestas de planes alternativos para hacer juntos, que no hacían normalmente. Fueron de excursión, visitaron un museo, salieron con amigos, etc. Y consiguió, por primera vez, pasar el fin de semana con ella sin tener relaciones. Al despedirle en el tren, ella (ajena a todo este proceso interior de él) le dijo: «Ha sido un fin de semana precioso, como ninguno».

Alguien podría objetar: «Pero entonces ocurriría lo mismo en el matrimonio: con el comienzo de las relaciones conyugales se correría el riesgo de perder la ternura, y no es así». En efecto: no ocurre así, porque el matrimonio es objetivamente distinto del noviazgo. Allí encontramos una verdadera entrega total de sí por amor, para toda la vida y con exclusividad, asumida con todos sus riesgos ante la sociedad, y con el deseo de traer hijos al mundo, fruto de ese amor. Todos ellos elementos que, por definición, están a priori excluidos del noviazgo [3] que, precisamente, se define como preparación para el matrimonio: es decir, como un «todavía no-matrimonio». Y esto es independiente de lo que uno sienta en su interior.

Otro motivo que la razón descubre a favor de vivir la castidad en el noviazgo es que juzgar con acierto acerca de la continuidad del noviazgo es más difícil cuando se mantienen relaciones sexuales.

Primero porque esa «bomba» que se mete abajo (en lo corporal) enmascara y no deja ver lo de arriba (lo espiritual). Y es más fácil equivocarse... Conocer la calidad del amor mutuo se vuelve más difícil. Hay mucho «ruido» en la relación, porque el cuerpo, con su atracción física y afectiva, «grita» muy fuerte, y el alma, en cambio, «susurra» bajito, y casi no se le oye...

Segundo porque las relaciones sexuales establecen ataduras muy fuertes antes de tiempo, que son muy dolorosas de romper (son auténticos mini divorcios [4]), y eso puede ejercer presión a la hora de dar por finalizado un noviazgo. Como si se dijera: «Con todo lo que ya hemos hecho, no podemos cortar». Y es un error. Lo mejor del noviazgo es que se puede cortar... Y lo mejor es que siga así... A veces hay novios cuya relación es una fuente permanente de conflictos, pero no se atreven a cortar por este motivo. Es como si dijeran: «Llegados a este punto, tenemos que sacar adelante la relación como sea». En mi opinión, es un planteamiento muy peligroso, porque coarta la libertad para decir: «Esto no funciona, esta persona no me quiere de verdad, o no le quiero yo, lo dejamos». Y no hacer esto a tiempo es un peligro para el matrimonio futuro [5]. Aquí se puede ver la característica pérdida de libertad interior que acarrea la falta de templanza, al no someter el apetito sexual al orden de la razón con la virtud de la castidad.

Esta pérdida de libertad interior puede venir también de la mano de este otro pensamiento: «Si le digo que ya no tendremos más relaciones hasta que nos casemos, tengo miedo a que me deje». ¿Qué decir? No es fácil, porque a veces se ama de verdad a esa persona, y se sufre solo con pensar en perderla. Pero si el amor es verdadero, no morirá. Porque quererse de verdad significa: «Te amo y respeto tanto que soy capaz de esperar lo que haga falta, confío tanto en nuestro amor que no necesito esto para seguir queriéndote» [6]. Quien rompe el noviazgo por este motivo, es fácil que no quisiera al otro de verdad. Quería el placer que obtenía de él, o con él. Si lo deja por esto, le habrá hecho un favor. Mejor darse cuenta ahora que después de casados.

Otro camino para descubrir el orden de la razón en el apetito sexual entre novios es fijarnos en la propia naturaleza de la unión sexual. Algo dijimos en el apartado anterior. Entre los seres humanos, la unión sexual no es la unión de los órganos genitales sin más, como puede ser en los animales irracionales, una unión corporal temporal al servicio de un instinto, y con la obtención de un placer pasajero, que refuerza ese instinto para asegurar el fin al que se dirige: la conservación de la especie... No. En el ser humano esa unión es y significa mucho más, está al servicio de algo más [7]. Somos personas, seres espirituales encarnados, que podemos comprometer en nuestros actos cuerpo y alma, presente y futuro, toda la persona... Concretamente, la entrega del cuerpo entre personas es un vehículo para expresar algo más: la entrega del alma, de la persona entera, y lograr una comunión personal por amor. No es algo puramente físico, ni instintivo, como en los seres irracionales, sino también espiritual.

Por eso la entrega de una persona tiene siempre dos características: exclusividad y permanencia. Solo cabe entregarse «del todo» a una única persona. No se puede decir: «Me entrego del todo a ti..., bueno, ¡y a ti también!... ¡y a aquel otro (o aquella otra)!...», porque una vez que se entrega todo al primero (o a la primera), si es verdad, no te queda nada para los posteriores. Y entregarte del todo a una persona también significa «para siempre» [8] porque, como decía Nietzsche, «el hombre es el único ser que hace promesas» [9], el único ser capaz de comprometer su futuro en un acto. En realidad, eso es el matrimonio: el consentimiento de los esposos a esa entrega total de uno a otro de por vida, primero expresada con las palabras de la ceremonia de la boda, y luego consumado en la unión sexual.

Pues bien, en el noviazgo no se ha dado, todavía, ese paso de entregarse uno a otro para siempre. Se puede tener la intención, sí, pero no se ha hecho. Por lo que sea. Al menos no se ha hecho con la objetividad que exige la dimensión social del hombre. De hecho, el mundo está lleno de gente que no se ha casado con la persona que pensaba que se iba a casar, a veces incluso teniendo ya la fecha de la boda. Recuerdo una conversación entre jóvenes amigos en casa de un familiar en la que uno decía a otro: «No es lo mismo pensar que me voy a casar contigo, que casarme contigo. Como no es lo mismo pensar que voy a aprobar el examen final de carrera que aprobarlo, o pensar que voy a comprar una casa que comprarla... y si, siguiendo con el ejemplo de la casa, intento meter mis muebles y hacer obras antes de haber pasado por el notario y escriturar la compra-venta, es fácil que los dueños me digan: “Cálmate un poco, chaval, y espera a que la casa sea tuya”... Y de nada me serviría insistir: “Es que la voy a comprar, se lo prometo, ya lo tenemos hablado”... Ellos, con razón, podrían responderme: “Sí, pero no la has comprado todavía”... Lo mismo en el noviazgo».

Y así es... Los novios, por mucho que se quieran, no se han entregado del todo, no se han casado. Por eso, no deben tener relaciones sexuales, porque estarían mintiendo con sus cuerpos. Ese acto expresaría algo que no han hecho. Sería falso. Y contrario al orden de la razón. Prueba de ello es que muchos noviazgos se rompen, se inician nuevas relaciones y los antiguos novios no se consideran unidos para siempre con un deber de fidelidad, como deben sentirse los esposos.

Pienso que todas las personas han tenido alguna vez esta ilusión en el fondo del alma: «¡Qué bonito debe ser encontrar alguien que sea especial para mí y yo para él (o ella), alguien que haya estado esperando por mí y yo por él (o ella), y compartir mi vida con él (o ella) para siempre!». Con mucha frecuencia, personas que han tenido una vida pasada de mucho desorden sexual, comentan que añoran la belleza de quien pueda decir con verdad: «Tú y yo con paz, porque solo hemos sido uno del otro: yo para ti y tú para mí, desde siempre y para siempre». Una relación de entrega total, libre de tensiones provocadas por el recuerdo de relaciones pasadas, una libertad plenamente donada al otro. Eso es lo que está detrás de un noviazgo limpio. Eso es lo que está detrás de la castidad.

Notas.

[1] Se trata de las dimensiones de la sexualidad, de las que ya hemos hablado.

[2] Naturalmente esa aparición del egoísmo que deteriora el amor, y lo hace menos respetuoso y bonito, no ocurre en el cien por cien de los casos de los novios que tienen relaciones sexuales, pero es un riesgo cierto y muy frecuente.

[3] Un aspecto interesante, que a veces se pasa por alto, por obvio: cuando los novios tienen relaciones siempre está cerrados a la vida, pues concebir en esas circunstancias sería una irresponsabilidad con el posible hijo, que no encontraría lo que merece: un hogar estable. Es decir, que ya empiezan mal, con la lógica del egoísmo y no la del don, como guía de las primeras experiencias sexuales. El peso en la vida futura de este comienzo fallido no es fácil de valorar. Lógicamente, la solución no es tener relaciones en el noviazgo abiertas a la vida, sino no tener relaciones antes del matrimonio.

[4] Tomo la expresión de: MUNILLA, J. I. y RUIZ PEREDA, B., Sexo con alma y cuerpo, pág. 135.

[5] T. G. Morrow, sacerdote norteamericano, ha acuñado una expresión algo exagerada pero con cierta dosis de realismo en algunos casos: «Si te acuestas, te haces esclava» (MORROW, T.G., Noviazgo cristiano en un mundo supersexualizado, Rialp, Madrid 2008, pág. 66).

[6] Para mí, resulta conmovedora, por su carga de verdad y ternura, la película de Zhang Yimou: «Amor bajo el espino blanco», estrenada en 2010. Sun y Jing son dos jóvenes que se enamoran con un amor puro y apasionado. Jing tiene una amiga, a la que cuenta la noche que pasó junto con Sun en una cama del hospital, en la que este solo le tocó la mano. La amiga, que ha sido abandonada por el padre del hijo que espera, le dice: –«¿Solo eso? ¿No intentó nada más?». –«No». –«Entonces es que quizás te quiere de verdad».

[7] El hecho de que el hombre sea el único animal sin épocas de celo, es decir, que le apetezca la unión sexual incluso en los momentos en que no hay capacidad de concebir, da una pista de que la sexualidad humana no está solo al servicio de la procreación, sino que tiene otro objetivo, ausente en los animales irracionales: la comunión amorosa de los esposos (cfr. GALLI, L., Del cuerpo a la persona. El amor tal y como se lo explicaría a mis hijos, Rialp, Madrid 2010).

[8] Naturalmente, solo mientras viva esa otra persona: a una persona muerta no se le debe esa exclusividad y ese «para siempre», porque no la enriquece, ni la necesita, ni es capaz de ser objeto de ella... De ahí el famoso: «Hasta que la muerte os separe...».

[9] Cfr. NIETZSCHE, F., La genealogía de la moral, II, 1. Por lo demás, aunque la frase de Nietzsche es de gran agudeza, el libro citado y, en general, toda su obra, tiene muy pocos puntos de contacto con este libro.