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Como vivir la Santa Pureza y no morir en el intento

Conozco a jóvenes preocupados de verdad por vivir limpiamente pero sin saber cómo lograrlo. Les pasa como a uno que me decía: “Yo quiero vivir la virtud de la pureza..., pero no morir en el intento”. Y es que le costaba de tal manera que pensaba que nunca sería capaz.

Te dejo diez claves que pueden darte las pistas que necesitas para vivir esta virtud. Te las escribo por orden de importancia.

La 2ª clave, de la que ya hemos hablado mucho, es la siguiente: querer vivir la pureza... pero querer de verdad, con toda el alma y con todo el corazón, por mucho que las pasiones se despierten, por mucho que nos atraiga lo que no debería atraernos. Querer es mucho más que desear. Querer vivir la pureza es no rendirse ante argumentos facilones por muy atrayentes que parezcan y por mucho que nos los repitan más que la sopa. Si una cosa es sentir y otra consentir... una cosa es saber que algo es bueno y otra muy distinta querer de verdad ese bien para mí, luchando lo que haya que luchar. Ahí radica la diferencia. Por eso, querer vivir la pureza exige poner todos los medios que uno pueda poner; si no, ese querer no es cierto... es pura fantasía.

La 3ª condición es saberse libre... pero no en el puro sentido teórico, sino que se trata de sentirse absolutamente libre y experimentarlo de verdad. La pureza no es camino para aquellos que no quieren tener una vida propia, para los que se dejan comer el tarro por el primero (o la primera) que pasa. La pureza es libertad, que es lo contrario de esclavitud. Me sé libre y por eso libremente deseo tener una vida limpia, no una vida esclava del me apetece –o le apetece a mis instintos–. Me sé libre y libremente digo no a la tentación.

La 4ª clave es no asustarse por nada. Somos personas de carne y hueso con pasiones, y preocuparse ahora por descubrir que todos llevamos dentro un animalito sensual que pide ser echado a los leones, resulta absurdo. Asustarse por tener tentaciones –¡de cualquier tipo!– es desconocer quién es el hombre y quién es la mujer. Podemos sentir por dentro lo que quieras, pero no olvides nunca que tú eres dueño de tus decisiones.

La 5ª condición es ser siempre salvajemente sincero cuando hables en tu dirección espiritual de cómo luchas por adquirir la virtud de la santa pureza. Mentirse a sí mismo es el único camino para mentir siempre a los demás. Si no eres sincero, nunca podrán ayudarte y créete que es una gozada experimentar la alegría y la paz que da la sinceridad.

La 6ª condición es aprender a mirar. A mirar bien. A mirar sin que dejes que se despierten y te acaben devorando los malos pensamientos. Aprender a mirar limpiamente. A mirar a todas y a todos como miras a tu hermana... Si aprendes a cuidar y guardar la vista, a ver a las personas con el respeto y la dignidad que merecen, si alejas tu mirada de esa visión turbia y torcida que generan las pasiones desatadas..., habrás aprendido la belleza que tiene la pureza en sí misma y no desearás, de verdad, tener otro acompañante en el camino de tu vida.

La 7ª clave es saber perdonarse y saber pedir perdón. Si nos hemos equivocado, tenemos solo dos caminos; reconocerlo o negarlo, hundirnos o aprender del error. El camino del perdón –y del saber perdonarse– es el único que nos conducirá a recomenzar con más bríos que antes y con la seguridad, llena de esperanza, en que lograremos alcanzar esa vida limpia.

La 8ª clave es no esconderte en el miedo al qué dirán cuando toque dar la cara o decir que no. Es no estar y no participar en conversaciones deshonestas, en no aceptar planteamientos frívolos, en no ser cómplice –por acción u omisión– de actos o diálogos en los que tu madre se avergonzaría de por vida. Quien se deja arrastrar por la esclavitud del qué pensarán de mí, acaba siendo una mujer y un hombre sin personalidad. Y ten por seguro que cuando no somos así, aprendemos el tesoro de lo que es la amistad. Y experimentar de verdad tener un amigo, compartir afanes diarios, ilusiones verdaderas que llenan de verdad, saberse importante para otro, querer ser mejor para ayudar a otro... es un bien tan inmenso que se convierte en una gran ayuda para no caer ni recaer en los lazos asquerosos de la impureza.

La 9ª condición es una retahíla de consejos muy sabios experimentados por todas las personas que han deseado adquirir esa vida limpia: aprovechar el tiempo; no ponerse en ocasión de pecar (usar internet sin saber a dónde voy, posturas sensuales, conversaciones frívolas, tocamientos aparentemente inofensivos, dejar a la imaginación corretear por los pasillos de nuestra sensualidad, etc); huir de la tentación a toda pastilla y nunca enfrentarse a ella para ver hasta dónde llegan mis fuerzas; saber que lees, que escuchas y que ves... y procurar adquirir afición por actividades que cultiven tu inteligencia. Y siempre, por favor, que no sean otros los que elijan por ti.

La 10ª condición es saber que a ti y a mí y a la mayoría de las personas nos cuestan, habitualmente, las mismas cosas. Tener que luchar no sólo es bueno sino que es síntoma de ser un tipo de lo más normal. Así que ánimo. Sé optimista. Ten mentalidad de vencedor. No te desanimes y no te sientas sólo. De tu lucha dependen muchas cosas grandes para ti y para los tuyos. Y la 1ª condición es, obviamente, la más importante y la que jamás habrás de olvidar, pase lo que pase: La gracia de Dios –la ayuda del cielo– puede más que el pecado. La gracia puede más que la adolescencia. Es saber que cuentas con toda la ayuda divina... si la pides. Dios da el don de la pureza a aquellos que la reclaman con humildad, a aquellos que se saben poca cosa, hombres y mujeres capaces de cometer todos los errores y todos los horrores del ser más depravado de este mundo. Sabernos poca cosa –conocernos tal cual somos– es el único remedio para estar siempre alerta y aprender a no fiarse de uno mismo. No lo olvides nunca: Dios te quiere feliz, y por eso te enseña el camino de un corazón noble y limpio donde quepan todos esos deseos grandes de ser amado y saber amar a los demás.