Marian Rojas. Encuentra tu persona vitamina No es un tema sencillo. El trato frecuente con una persona nociva genera en quien lo padece mucho desgaste y puede ser el germen de enfermedades físicas y/o psicológicas si no se hace una buena gestión. No existe una solución única, sino que en cada caso concreto, en atención a las circunstancias y al tipo de relación que se tiene, se deben priorizar o reforzar unas u otras de las soluciones que propongo. HERRAMIENTAS ÚTILES 2. EVITAR EL TRATO 3. IGNORAR LAS OPINIONES 4. NO DAR TANTO PODER A LOS DEMÁS SOBRE TU SALUD 5. APRENDER A ADAPTARTE 6. COMPRENDER EL COMPORTAMIENTO 7. USAR EL CORAZÓN 8. PERDONAR EL CASO DE NICOLÁS Y SOLE UN ABRAZO Y UN PLAN Por otro lado, puedes regalarles un libro, una conferencia, un plan para disfrutar conjuntamente: pescar, correr, cantar. Es más fácil comenzar con una actividad que con una conversación ¿Y SI EL TÓXICO ERES TÚ? Si te notas en paz es más difícil que seas la persona nociva de alguien. Analiza tu relación de pareja o, si es tu caso, tus «no-relaciones-de-pareja» —plantéate si fuera así por qué terminas eligiendo siempre a personas que no te convienen y vives con ellos historias de sufrimiento y mucho dolor—. Profundiza en la relación con tus hijos, tus padres, tus amigos y tus compañeros de trabajo. EL CASO DE ISABEL ¿Y SI LA PERSONA TÓXICA ES DE TU ENTORNO MÁS CERCANO? ¿QUÉ HAY DETRÁS DE UN «MALTRATO» DE LOS PADRES? EL CASO DE S ILVIA LA FLECHA EMOCIONAL, UNA IDEA QUE AYUDA La flecha emocional. EL CASO DE JULIA PAREJA TÓXICA
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SABER GESTIONAR A LAS PERSONAS TÓXICAS
1. EL VALOR DE LA DISCRECIÓN
Algunas de estas personas, por sus características y personalidades, pueden emplear lo que saben sobre ti para hacerte daño de una manera u otra en un momento dado.
Cuidado con lo que cuentas y lo que publicas en tus redes sociales, ya que hay gente que lo observa todo minuciosamente para recabar información sobre tu vida.
Aléjate de las personas que te alteren. Toma distancia y haz un trabajo interior para fortalecerte y así poder gestionarlo de la mejor forma posible.
En el caso de que tengas que tratarlas porque son de tu círculo cercano —familiar o profesional—, intenta prepararte antes de estar con ellas para sufrir menos. Si has hecho un trabajo previo, la interacción con ellas será menos perjudicial. No se trata de una reacción egoísta ni tampoco de una muestra de debilidad o cobardía; se trata de protegerte. Estos casos requieren distancia.
Hemos hablado de que gran parte del efecto tóxico radica en que opinan de modo constante o malévolo sobre tu vida, desgastándote. Si les consigues ignorar, te sentirás más libre frente a sus palabras y comportamientos.
Relativiza lo que te dicen y cómo te lo dicen. Aprende a usar el «impermeable psicológico» , que los comentarios y las miradas te resbalen. Recuérdate a ti mismo que esos comentarios hirientes vienen de quien vienen, alguien frente a quien ya sabes que tienes que tener precaución.
Ya conoces el efecto que produce en tu mente y en tu cuerpo. ¿Quieres que esta persona te altere? ¿Eres consciente de que si lo permites va a haber una serie de secuelas fisiológicas muy negativas en tu cuerpo como intoxicación de cortisol o inflamación?
Si conoces el impacto serás más consciente de las consecuencias y podrás enfrentarte a ello mejor. Te dará cierta fuerza interior para lograrlo.
Hay personas que por motivos que se nos escapan están en nuestro camino sí o sí. No hay forma de eludirlas siempre. Si ese es el caso y no puedes alejarte de ellas, realiza un ejercicio de adaptación. Comienza estudiando si es un «tóxico universal» o uno «individual».
Investiga las raíces del problema que esa persona te genera. Intenta entender por qué te altera tantísimo. ¿Qué te sucede cuando la ves? ¿Te sientes inseguro? ¿Notas que te juzga? ¿Hay sentimientos de rabia, de temor o de ira? Procura ser tu propio terapeuta y ve avanzando en el diagnóstico.
Una vez más, comprender es aliviar. Si intentas discernir lo que hay detrás del comportamiento de esa persona, sus problemas, sus dificultades, entenderás mejor su forma de actuar contigo y tu cortisol se elevará menos. ¿Qué le pasa a la persona que tienes enfrente?, ¿cuál es su historia?, ¿es tímido o inseguro?, ¿tiene problemas de autoestima?, ¿nadie le ha enseñado a querer?, ¿es agresivo?, ¿eres su vía de escape?, ¿te tiene envidia?, ¿solo reacciona de esa forma contigo? Es decir, cuando uno comprende a la persona tóxica siente alivio, y a veces hay que pararse y analizarla, sea tu madre, tu jefe, tu exmarido o tu hijo. ¿Qué fase vital está atravesando?
Para sentirse bien hay que saber cuál es su biografía, y eso a veces requiere escuchar, entender, profundizar, preguntar… que es justo lo que no queremos hacer con esta clase de personas.
¡Qué difícil es utilizar el corazón con la persona que te hiere! No digo que te machaque ni que se aproveche. Me refiero a que no juzgues con tanta dureza. Esa frialdad y rabia es un veneno que se apodera de ti.
Busca entender, si ves que eso te alivia; habrás avanzando mucho en crecimiento personal. Si en cambio percibes que abusa más por emplear tu corazón, aléjate y protégete. No te conviene estar con una persona así.
El perdón es un acto de amor. Es ir al pasado y volver sano y salvo. ¡Qué difícil, pero a la vez qué importante! No es tarea sencilla y requiere de madurez, tiempo y humildad. Es un camino de purificación y liberación interior lento y progresivo. Si uno no perdona, queda enquistado en el ayer y se convierte en un ser resentido y sin capacidad de amar.
No conozco a nadie feliz que tenga activado el sentimiento de odio hacia algún sujeto de su entorno, ya que el odio es un veneno que intoxica el organismo. A veces el perdón significa pasar a una fase de distanciamiento con esa persona que te está haciendo daño. No se trata de decir «te veo y no siento nada», eso es casi imposible, es utópico. Significa decir algo como «yo sé que me tengo que distanciar para verlo con perspectiva, para que no me afecte tan profundamente cuando veo o pienso en esta persona».
Sole se separó hace dos años y tiene dos niños de cinco y tres años. Nicolás, su exmarido, la machacó psicológicamente durante mucho tiempo. Le ha costado tomar la decisión, pero por fin, con ayuda de sus padres y amigos, ha sido capaz de separarse. Desde entonces su vida se ha convertido en un calvario. Sole depende económicamente de Nicolás, y él, cada mes, le pasa el dinero en una fecha distinta. Es un padre controlador sobre los niños y juzga y critica sin piedad todo lo que hace Sole como madre.
—Sabía que separarme sería traumático —me confiesa—, pero nunca pensé que sufriría de esta manera. Cuando veo que me ha llegado un mensaje de él empiezo con taquicardia. Llevo meses enferma del estómago, con reflujo, diarreas constantes y un nudo en la garganta.
Tras solicitar las pruebas necesarias y derivarla a un médico de digestivo de confianza para confirmar que no era nada grave, comenzamos la terapia psicológica. Nicolás es su persona tóxica. Hacemos su esquema de personalidad y observamos que todo lo relacionado con él genera en ella un alto estado de tensión.
Sole me reconoce que los pensamientos negativos le han ganado la batalla:
—Cuando estoy haciendo algo, pienso en cómo me criticará si hago esto o aquello con los niños. Tengo la sensación de sentirme juzgada constantemente. Vivo adelantándome a sus críticas y comentarios.
En este caso lo primero es detectar el problema. Entender el cortisol, el sistema de alerta y su intensa somatización. Nicolás intoxica a Sole a pesar de la separación. ¿Cuáles son los momentos de mayor vulnerabilidad? Ella reconoce que este cuadro empeora las noches que descansa peor, los meses que va más justa de dinero y los fines de semana que Nicolás se lleva a los niños. Trabajamos de forma precisa esos momentos, para que cuando lleguen, el efecto no sea tan devastador.
Muchas veces a los pacientes les hago escribir mensajes positivos en su libreta de pautas. En la de Sole pone: «Si yo estoy fuerte, todo lo que venga de Nicolás me afectará menos. En cambio, si estoy débil —bien porque estoy peor económicamente, porque ando de salud un poco renqueante, porque mis hijos llevan unos días más desobedientes y rebeldes, bien porque he tenido más trabajo de lo habitual— cualquier ataque suyo me afectará el triple».
A continuación, proseguimos con el siguiente paso: ¿por qué le afecta tanto? ¿Será porque la ve débil o porque le encantaría ser más fuerte que él?, ¿será porque le gustaría no depender de él económica, psicológica y emocionalmente?, ¿es porque tiene la capacidad de que sus palabras debiliten su autoestima?
En ocasiones subyace una dependencia emocional hacia esas personas, pero no porque les queramos, sino porque nuestra estabilidad social, familiar, personal, económica… depende de estar bien con ellas.
Sole progresa poco a poco. Está aprendiendo a gestionar sus momentos malos de vulnerabilidad y estrés. Trabaja su asertividad y su capacidad de comunicarse con su exmarido con firmeza y sin sensación de ser arrollada por él. La gran alegría es que con su mejoría psicológica ha remitido su trastorno digestivo.
Para terminar, dos últimos tips para desbloquear a las personas nocivas de tu entorno. No quiero dejar de mandar un mensaje positivo en este capítulo. Los que me conocen lo saben: soy una gran fan de los abrazos, como ya he explicado en el capítulo de la oxitocina.
Los abrazos son un arma muy poderosa. El covid parece habérnoslos robado temporalmente, pero en cuanto las circunstancias lo permitan, hay que hacer la revolución del abrazo. Volver a demostrarnos afecto, regar con chorros de oxitocina a las personas que nos gustan y reconciliarnos con «los tóxicos» a través del abrazo. No olvidemos que un porcentaje muy elevado de estas personas —¡yo diría que casi el noventa por ciento!— es gente que no se siente querida y que arrastra una gran frustración emocional.
—muchos individuos, sobre todo los hombres, perciben las conversaciones serias y directas como una agresión—. Si realizas un plan se genera una conexión; cuando esa puerta se ha abierto es mucho más sencillo que se inicie un diálogo que ayude a la otra persona a salir del bucle.
Recuerdo una de las primeras conferencias que impartí en Madrid hace ya muchos años. Era en el salón de actos de una universidad y traté sobre algunos de estos temas. En el turno de preguntas se levantó una chica y me dijo:
—Todo el mundo dice que soy una persona tóxica, ¿qué me recomiendas?
Me pilló de sorpresa, nunca me habían planteado algo así y delante de tanta gente; la respuesta no era fácil.
Ninguno queremos ser persona dañina para otros. Nos desagrada el pensamiento de que esto pueda ser así. A veces nos tenemos que enfrentar a que alguien nos lo transmita de forma directa con más o menos delicadeza, o nos damos cuenta de que nuestra presencia o comportamiento alteran y molestan a los demás.
Si crees que todo el mundo tiene algo contra ti, quizá seas tú quien generes algo de toxicidad en tu entorno. Si todo lo ves desde una perspectiva negativa, si culpas al resto de tus problemas, si buscas el conflicto en cualquier oportunidad, puede ser que tu comportamiento altere a otros.
No eres una persona tóxica, ya he dicho que no me gusta el concepto como tal. Eres una que desencadena subidas de cortisol en gente de tu entorno y quizá con un esfuerzo y gestionándolo con delicadeza desarticules ese proceso dañino.
Isabel es madre de cuatro hijos. Necesita ayuda para gestionar a dos de ellos de diecinueve y diecisiete años.
—Me tratan mal, me ignoran, no me obedecen y nunca cumplen las normas —admite.
Cito a su marido un día, quien me confirma lo referido por Isabel, pero añade:
—Mi mujer es muy controladora. Está demasiado encima de los niños. Creo que se han rebelado.
Cuando conozco a su hijo mayor, me confiesa lo que está pasando en casa:
—Mi madre es insoportable. Mi hermana y yo no la soportamos. Nos juzga, nos critica, no nos da libertad. Es agotador. Es muy perfeccionista y tenerla cerca nos produce un desgaste constante.
Detrás de unos padres controladores puede existir el miedo a que si pierden el control sobre su hijo a este le ocurra algo malo en su vida, por lo que suele ser frecuente en perfiles perfeccionistas y obsesivos de la educación ya desde la más tierna infancia. Un padre que comienza así, tan encima, tan controlador, probablemente no sepa cortar las amarras cuando su hijo entra en la edad adulta. La consecuencia es la lógica: mediante toda clase de subterfugios buscan dominarle en todos los campos de su vida.
Este caso fue delicado, porque en cierta manera tuve que transmitirle que su comportamiento era perjudicial para sus hijos y su marido. Comenzamos a trabajar juntas la personalidad controladora y perfeccionista para poder conectar mejor con la familia.
Si esa persona vive bajo tu mismo techo o el trato es diario o muy frecuente, la situación es más complicada de gestionar porque la distancia es difícil de mantener. Este ha sido uno de los dramas emocionales más frecuentes durante el confinamiento. Muchas personas se han visto encerradas en viviendas donde la relación entre los convivientes ya era perjudicial desde antes. Analizar la causa de esa toxicidad ha sido en estos casos la clave para no desfallecer. Es primordial entender lo que subyace. Por ejemplo, si es por la edad del niño —el adolescente que tienes en casa que hace lo que quiere—, tu marido —que está distante y agobiado con mil preocupaciones—, tu mujer —que vive obsesionada con los niños y no te hace caso—, tu madre —controladora que no te deja respirar sin preguntar—, tu padre —poco empático e independiente, que te ignora delante de toda la familia— o mil posibilidades más que surgen en el hogar.
Uno de los temas que más puede hacer sufrir es sentir que uno no es querido o respetado por sus padres. Aquí te dejo unas claves.
Lo deseable sería que nunca hayas pasado por esto. Si alguna vez has sentido algo de lo que voy a describir, sabes que es una situación desgastante, triste y muy frustrante.
Un maltrato de los padres puede ser de tipo físico o psicológico. Los instrumentos empleados son la intimidación, la coacción, la amenaza, el miedo, la manipulación, el ataque, el insulto o el menosprecio… Cuando un niño ha sufrido por parte de sus padres maltrato psicológico en su infancia, existen muchas probabilidades de que si no se corta y no se trata, ese daño perdure y se cronifique. Solemos pensar que al dejar la infancia ese daño que infligían a sus pequeños desaparece; sin embargo, en muchas ocasiones, no es así. Cuando esto perdura en la edad adulta yo lo denomino «sufrimiento silencioso». Las personas que padecen esto, aunque sean muy conscientes de ello y del daño que les inflige, no suelen compartirlo con nadie. Les avergüenza. En ocasiones ni le han puesto nombre a lo que sienten. El cuerpo es el depositario de nuestra verdad, lleva dentro nuestro historial y cuida en cierta manera de que seamos capaces de equilibrar las experiencias, las emociones y la salud. Mediante algunos síntomas nos alerta de que algo no funciona bien. No es fácil encontrar la causa, y en ocasiones requiere una entereza complicada de lograr —¡hay que ser muy valientes para abrir y gestionar una herida emocional tan profunda!—, pero cuando uno lo logra, la sensación de victoria es maravillosa.
Silvia me explica que lleva años encadenando diferentes médicos por migrañas, colon irritable y alergias. Tiene un puesto de responsabilidad en una empresa de marketing y está bien reconocida por sus compañeros de trabajo. Lleva tres años casada y tiene un niño pequeño.
Le pido que me hable de su familia. Sus padres tienen un pequeño negocio de electrodomésticos en una ciudad del sur de España. Es la mayor de tres hermanos, tras ella hay dos chicos.
—Mi madre —me cuenta— es una persona con mucha personalidad. Siempre opina de todo. Desde pequeña ha tenido mucha influencia en mi vida. Mi padre tiene un gran corazón, pero la que manda en casa es mi madre. Es poco cariñosa, le cuesta mucho decir te quiero y alabar lo bueno que hago. Con mis hermanos es distinta, es mucho más cercana, pero a mí me machaca. Es muy exigente consigo misma y conmigo. Cuando viene a mi casa opina de la limpieza, del orden y de la manera en que educo a mi hijo. Lo que más me afecta es cuando se mete en la vida de mi marido. Mi madre se ha convertido en un factor de discusión en mi matrimonio. Siempre han querido que mi marido, que es electricista, trabaje con ellos, pero yo no quiero porque me da miedo que la relación se enturbie. Sé que mi marido sería de gran apoyo, pero no deseo que mi madre le controle a él ni controle su sueldo.
Ya has leído a lo largo de estas páginas la influencia que tienen los padres en el comportamiento del niño convertido en adulto.
El drama es que uno suele normalizar una relación tóxica con los padres en la infancia y creer que eso pasa en todas las familias.
Recuerdo una chica joven que vino un día a ayudarme con los niños durante la pandemia. Me sorprendió lo dura que era al hablar a mis pequeños y me dijo que yo era demasiado blanda con ellos. Le pregunté cómo le habían tratado sus padres a ella.
—Me pegaron muchas veces, pero me lo merecía porque yo no me portaba bien. Recibía castigos constantes, pero ellos lo hicieron por mi bien, la culpa era mía.
Esa declaración tan sincera me conmovió. Tenía veintitrés años, llevaba unos meses saliendo con un chico, acababa de terminar la universidad y asumía un comportamiento abusivo de sus padres.
Le pregunté también sobre su voz interior:
—¿Te tratas bien a ti misma?
—Siempre he tenido problemas de autoestima —me respondió—, creo que no valgo mucho y me culpabilizo sobre muchos asuntos. Soy de las personas que atraen la mala suerte.
Yo no estuve en su infancia, pero estoy segura de que su «grabadora» captó conversaciones y pensamientos negativos hacia ella durante la niñez que ahora le siguen haciendo daño.
¿Qué hacer en esas circunstancias? Lo primero y más importante es que el hijo se dé cuenta y sea consciente de ello. Posteriormente ayuda mucho entender cómo vivió su infancia y qué dinámica persiste en la edad adulta. ¿Es dependencia? ¿Es miedo? ¿Es necesidad de aprobación? ¿Es manipulación?
La solución es compleja. Por un lado, en algún momento hay que hablar con ellos, hacérselo ver de la forma más delicada posible. No es fácil. Se puede abrir un conflicto con la familia, pero a veces, si hay la suficiente madurez y serenidad en los afectados, ello desarticula gran parte de la herida. Otra opción más sencilla e igual de válida es evitarles o reducir la relación al máximo. En mi experiencia la distancia es un gran método para poder recuperarse.
Por otro lado, todo ser humano lleva dentro de sí la inercia, necesidad o instinto de sentirse querido por sus padres. A veces cuesta reconocer que uno está mal con ellos y sobre todo cuando uno observa cómo se van haciendo mayores.
Es muy duro escuchar a un hijo ya adulto relatar el desgaste que le supone la relación con ellos, describir la pugna interior entre sus ansias de cortar todo vínculo por un lado, y la sensación de saber que no es correcto abandonarlos por mucho que uno o ambos puedan dañarle. Son sesiones complicadas, ya que el dolor al expresar esa emoción suele ser intenso. No es sencillo admitir que nuestras principales figuras de apego, de afecto, desde nuestra niñez han sido o se han convertido en una carga psicológica. No estoy hablando de las necesidades de dependencia física, sino del desgaste psicológico. El primer paso consiste en hacerle ver al paciente que eso está sucediendo, explicándole cómo funcionan el organismo y la mente ante ese estado de tensión debido a la relación con los progenitores.
Si en alguna ocasión notas que estar cerca de tus padres te altera o te enferma, intenta analizar la causa por la que te sucede. ¿Qué surge en ti? ¿Cómo es tu estado de alerta? ¿Qué síntomas se activan?
En estos casos recomiendo dejarse ayudar, debido a que es una situación que desgasta mucho. La autoestima y la seguridad en uno mismo suelen estar dañadas y es bueno trabajarlas y fortalecerlas.
Me parece interesante apuntar un planteamiento aquí. Cuando uno está cansado, agobiado o enfermo, la tolerancia que tiene hacia la gente nociva es mucho menor.
Con mis pacientes e incluso conmigo misma trabajo lo que yo denomino la flecha emocional. Cuánto más cansado, alterado, triste, frustrado o enfermo estés, más te va a afectar una persona tóxica. Mídete.
Si ya estás en siete sobre diez, existen más posibilidades de que la comida te altere o sufras más de lo necesario. Analiza tu estado basal previo a momentos tensos, eso te ayudará a protegerte. Reunirte con tu persona tóxica te afectará menos y tendrás más resistencia a ella si has dormido bien, vienes de vacaciones, te han subido el sueldo y te encuentras feliz. Por el contrario, te afectará mucho más si estás en un momento vital de una mala racha, no has descansado bien, tus hijos se han portado mal, te han bajado el sueldo, estás de malhumor o has tenido una pelea. Si tu «flecha emocional» te indica que estás al límite elude la reunión en ese momento o aplázala. La persona tóxica podría fácilmente hacerte perder los papeles provocando una crisis de difícil solución.
Si la persona que te daña se encuentra en tu entorno —hijo, padre o madre, suegro, cuñado, la gente que ves constantemente—, tienes que saber cómo estás, cómo se encuentra tu flecha emocional el día en que quedas con ella. Si es tu padre y has quedado en ir a visitarlo, prepárate interiormente la víspera para que el impacto sea lo menos doloroso posible. Durante el rato que estáis juntos puede resultar muy útil ponerte el impermeable psicológico, ese donde te resbalan las cosas que te digan. Gracias a él, lo que te va sucediendo lo percibes con más distancia, no lo ves como una cosa que te empapa y te ahoga, sino con cierta sensación de invulnerabilidad. Percibes esos comentarios que en otro momento te habrían sacado de tus casillas como un espectador en vez de como el protagonista de la relación. No puedes evitar siempre el dolor. A veces en la vida hay que saber sufrir.
Julia, de treinta y cuatro años, lleva dos casada y tiene un niño de veinticuatro meses. Reconoce ser una persona ansiosa, insegura y con miedos difusos. Le preocupa la relación que tiene con sus padres desde hace mucho tiempo. Ella es la pequeña de tres hermanos. El mayor tiene cincuenta y el siguiente cuarenta y ocho. Su padre tiene ochenta y su madre, setenta y nueve. Le pido que me hable de su infancia:
—Tengo pocos recuerdos; es como si tuviera lapsus de memoria. Me cuesta enfocar mi mente en recuerdos concretos [16] .
Me cuenta que su padre fue un hombre con un trabajo muy demandante, debido al cual viajaba varios meses al año. Le evoca como un padre ausente, siempre hablando de asuntos profesionales, lejano y poco empático. Su madre era una mujer en un constante estado de irritabilidad y enfado. Asegura que solía embarcarse en discusiones eternas con ella donde acababan gritándose y la madre las zanjaba con un «eres culpable de todo, eres insoportable». Ella entonces se encerraba en su cuarto, llorando de rabia, de tristeza y de frustración. Los gritos proseguían a través de la puerta.
Cuando cumplió diez años, su tía, hermana de su padre, que vivía más cerca del colegio, se ofreció para que Julia pasase temporadas en su casa. Las semanas que residió con ella fueron más felices, y las vueltas a su hogar se convertían en momentos de gran angustia.
Hoy, el simple hecho de pensar en su madre activa un sentimiento de indignación e ira.
—No la entiendo, es mala persona —se enfurece mientas me lo cuenta.
En la actualidad acude a visitar a sus padres todos los miércoles. Teletrabaja desde ahí y luego se queda a comer.
—Los martes por la noche ya no descanso bien al pensar que a la mañana siguiente es miércoles y lo que me espera. Esos días me concentro peor en el trabajo y luego por la tarde me siento baldada, como si hubiera realizado un ejercicio agotador. Les tengo rencor y manía, pero, por otro lado, me siento culpable. Los ratos con ellos son de muchísima tensión y enfado. Luego me encuentro llorando mientras intento trabajar. Quiero visitarles porque son mayores y me encantaría perdonarles para estar en paz, pero no soy capaz. Mi madre es mi persona tóxica. Mi padre me ha hecho daño, pero no me altera tan profundamente como ella.
El caso de Julia tiene el componente de que su madre ha sido lesiva durante muchos años. Cuando la persona del entorno que te intoxica es tan cercana, la terapia y la labor de curación son más complejas y delicadas. Las heridas más profundas las generan siempre las personas más próximas.
Hemos trabajado su problemática de varias maneras. Una es analizar su flecha emocional, entender cómo llega a casa de sus padres y comprender los síntomas físicos y psicológicos que se producen. Por supuesto, hay que intentar cerrar las heridas de su infancia para poder avanzar. El EMDR le ha ayudado a mitigar el dolor y la perturbación que le generan esas escenas. Finalmente, Julia está aprendiendo poco a poco a gestionar sus emociones y a poner límite a situaciones que le superan y le alteran profundamente.
El vínculo con una madre o un padre es importante, pero se pueden crear otras relaciones poderosas y fuertes —que acaban siendo curativas— con otras personas que existan en el entorno —tíos, abuelos, amigos, pareja, monitores, profesores…—. Durante el proceso de curación, uno puede acercarse a esas personas y dejarse querer, sintiendo el cariño de esa maternidad robada.
Conozco a muchas mujeres que no han sido madres, pero tienen «corazón de madre» y que han sanado y aliviado a mucha gente que sufre. Tengo una amiga soltera, sin hijos, que escucha como nadie. Tiene ese don especial de estar cuando la necesitas, de apoyarte y calmarte en los peores momentos.
Hay que distinguir entre una pareja dañina y otra en la que lo que hay es un desgaste por un motivo u otro. En muchas relaciones y matrimonios, con el tiempo, aparece el deterioro. Situaciones de cansancio o tensión hacen que los miembros de la pareja no se traten con la misma delicadeza que al principio. Pueden surgir pequeñas faltas de respeto a las que no se estaba acostumbrado o pueden darse situaciones en las que uno exige y el otro, sin embargo, no está a la altura.
Las parejas tienen una evolución natural y lógica que no siempre es aceptada. Pensamos inocentemente que uno va a sentir siempre las mismas mariposas en el estómago que cuando la chispa comenzó entre los dos. A veces la propia evolución lleva a un punto de incomodidad, pero por un desgaste natural. Y en ese momento es cuando conviene retomar las riendas y esforzarse en pelear por el otro. Recomiendo libros, charlas, cursos, grupos matrimoniales… Todo aquello que ayude. Necesitamos volver a mirarnos a la cara y decir «aquí estoy yo, aquí estás tú, nos queremos, nos entendemos, tenemos ganas de que esto siga pero nos hemos desgastado, nos hemos convertido en personas que a veces nos hacemos sufrir en vez de en personas que nos hacemos felices».
Muchas crisis de pareja se originan con una situación de crisis individual en uno de los dos, ¡que frecuentemente estará intoxicado de cortisol y vive por ello en estado de alerta! Otras veces el momento temporal que atravesamos puede ser duro por razones naturales —la época de lactancia, las dificultades para dormir de alguno de los hijos, una adolescencia problemática y cargante, la aparición de una enfermedad, los cada vez más frecuentes problemas económicos, el síndrome del nido vacío cuando los hijos se van de casa…—. Toda vida, y la vida en pareja no es una excepción, tiene «sus momentos» buenos y malos, memorables y olvidables. Por instantes somos felices y luego llegan épocas de dolor o privación. Es conveniente ser optimistas, alegres y soñadores, pero no podemos ser inmaduros e inocentes. Como dice el ritual, «en lo bueno y en lo malo, en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad». Algo tendrá el agua cuando la bendicen. Como dice mi padre, «no conozco nada más complicado que la convivencia en el matrimonio». Los años pesan y si uno no tiene ganas de luchar, de cuidar y de proteger su compromiso, es difícil que llegue a buen puerto.
Hay diferentes momentos en la relación de pareja que tendremos que ir aprendiendo a gestionar y, por otro lado, es importante aceptar las distintas etapas de nuestra vida en común. Llegados esos momentos de prueba, hay que luchar porque se superen y de esa forma crezca la unión. Y para eso hay que poner los medios oportunos: cenas a solas en las que hablar de las cosas que nos preocupen y recordar lo que hemos vivido y nos gusta del otro y de nuestra familia, escapadas de fin de semana, viajes que nos permitan recuperar el cansancio acumulado, deportes en común, reuniones con amigos que nos levantan el ánimo e, incluso, llegado el caso, recurrir a una persona externa que pueda asesorarnos.
Yo suelo recomendar pedir consejo a otras parejas amigas que luchan ante circunstancias adversas, contra viento y marea. También hay que saber a quién recurrir. Tengo un paciente que le consultó su crisis matrimonial —mientras estaba inmerso en una potente lucha por conservar a su esposa— a un amigo del trabajo que se había casado tres veces y cuyo «consejo» fue:
—¡Déjate llevar, mis etapas entre una mujer y otra han sido las más divertidas!
Si lo que buscas es reconciliarte y rehacer lo herido, habla con amigos que sepas que han pasado por situaciones similares y las han superado. Ellos te hablarán desde el cariño y la experiencia.
Existe una situación bastante frecuente que consiste en cogerle manía a la otra parte. Puede sucederte una vez cada diez años, o una vez al año, o una vez al mes. Son esos momentos donde comportamientos habituales del otro, a los que estás acostumbrado, te generan, sin embargo, una reacción fuerte y perjudicial. De pronto todo lo que hace esa persona te altera: cómo habla, cómo trata a los demás, cómo viste, cómo ronca o cómo come. Aspectos y comportamientos a los que antes eras invulnerable de repente te afectan. Las causas son diversas: una fase de intoxicación de cortisol —todo te altera más—, las hormonas en la mujer —que generan mayor sensibilidad al entorno—, la aparición de la enfermedad en la familia, problemas económicos o el propio agotamiento por noches sin descansar bien.
A veces la persona que tienes delante cambia. ¡Hay cientos de posibilidades! Puede ser por algo negativo como que haya perdido el trabajo, que se haya juntado con compañías indeseables o que se haya fijado en otra persona o que haya caído en una adicción. Cada cierto tiempo es sano un stop and think, un momento de reflexión donde la pareja hace un pequeño análisis de cómo va la relación. Lo he apuntado en alguna ocasión, pero muchas crisis son oportunidades de crecimiento y de salir fortalecidos.