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Día 1: María me protege

Ap 12, 17-18: «El dragón se enfureció contra la mujer y se marchó a hacer la guerra al resto de su descendencia, aquellos que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús.
Y se detuvo sobre la arena del mar».

«Ama a la Señora. Y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana.  Y no servirán de nada al maldito esas cosas perversas, que suben y suben, hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre bienoliente los grandes ideales, los mandatos sublimes que Cristo mismo ha puesto en tu corazón.  ‘Serviam!’» (Camino, nº 493).

Fue un fuego que empezó pequeño. Las llamas prendieron en mi interior, al principio no me daba mucha cuenta. El calor aumentó y empezó a encender todo lo que estaba a su alrededor. El fueguecíllo se convirtió en un incendio pavoroso, salvaje... parecía que nada podría detenerlo.
Tú encendiste en mi interior el deseo de amarte. Fue un día en la oración, otro durante una tarde de estudio intenso, en el autobús, en una excursión... cada vez oía con mayor intensidad tu voz clara que me llamaba: «Ven y sígueme».

Cada mañana me levantaba con el deseo de servirte «Serviam!», ¡TE SERVIRÉ! En los demás veía hijos de Dios y tenía la ilusión de llevar nuestro fuego a todos los corazones. Al anochecer me dormía con el ideal de amarte con todas mis fuerzas, hasta el fin...

Pasan los días, los meses, los años. A mi alrededor veo mucha indiferencia; como si seguirte a Ti fuera una tontería, una locura:

«¿Caminar con Jesús, que murió hace 2000 años? ¿Tomarte sus enseñanzas en serio? ¿Quemar tu juventud para ir detrás de Él? ¿Ha resucitado? ¡Vale, ve con Él! Pero quédate con algo, por si acaso resérvate unos momentos para ti».

El ímpetu de mi entrega se debilita, pierde fuerza. Es como si, en un mar limpio y transparente, volcaran toneladas de petróleo, como mancha sucia que apaga la vida. Las aguas se enfurecen, quieren quitar la podredumbre que han volcado en su piel, pero la fuerza de las olas no lo consigue. Son pensamientos contra mi vocación cristiana, críticas en mi interior con respecto a los demás, desánimos en el deseo que has puesto en mí de ser santo, un mal humor que no sé de dónde viene, el no sujetar la imaginación, miradas sucias... Quiero vencer para mantenerme limpio, seguro junto a Ti, entregado, íntegro, generoso... pero alguien se enfrenta a mi voluntad, poniendo enormes playas de arena, intentando frenar las olas de mi lucha cristiana, intentando que caiga en la tibieza de la mediocridad. Y el dragón... «se detuvo sobre la arena del mar.»

Mi ideal tu figura hermosa  se vuelve borrosa, parece que por momentos te pierdo. El fuego se apaga... Necesito encender otra vez mi corazón, escucharte, levantarme de mis tropiezos, quitar la suciedad de mi alma, vencer el miedo al fracaso... alguien que me lleve otra vez a Ti.

María, auxilio de los que caen. Madre, ven a mí. Acudo a ti. Me pasa esto y lo otro. Me he quedado sin fuerzas. Mil voces me gritan que no vale la pena ir en pos de Jesús. Madre, te amo. Procuraré llevarte siempre conmigo.

La Señora me mira. Me escucha. Me conoce. Sabe lo que me pasa. Reza por mí. Ella me abraza. Me besa en la frente y me sopla al oído unas palabras: « No te preocupes, Jesús sabe que luchas por Él. Yo estoy siempre junto a ti. No tengas miedo a esos dragones que quieren apagar tu fuego de amor. La pereza, el odio, la envidia, la ira, la tristeza... o cualquier locura que te quiera apartar de Él. Si no consientes, aunque te quieran cegar, no te vencerán y, si caes, yo te llevaré en brazos. En mi Corazón Misericordioso encontrarás siempre el perdón de Jesús. Yo soy tu Madre».

«Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios: no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita» (Oración Sub tuum praesidium. Es la oración más antigua, dirigida a María, que conservamos).