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El minuto heroico marcará tu día

Fuente: Apaleado por la pereza(Antonio Pérez Villahoz)

Siete de la mañana... Una manta (o dos) logran mitigar el profundo frío que acecha en el exterior. Un sopor de grandes dimensiones anda instalado en tu cabeza, sin que tenga ninguna intención de salir de ahí. Y entonces, como si fuera parte de una pesadilla, oyes la voz de tu madre diciendo: ¡hijo, es la hora, levántate! O todavía peor: un maldito cacharro inventado por el más ruin de los hombres emite un ruido infernal que destroza tus delicados tímpanos. Es el despertador que te recuerda que es la hora de levantarse. Y entiendes con desesperación que no hay ni pizca de misericordia en su molesto bocinazo matutino. No sabes casi ni quién eres y, entonces, recuerdas que te han hablado mil veces del minuto heroico, de ese saltar de la cama a la primera cuando sea la hora de levantarse... y piensas que eso es fácil si no tuvieras el sueño que ahora tienes. Y decides dejar esta heroicidad para mañana. Y vuelves la cabeza hacia el otro lado de la almohada, y con un cierto, aunque breve, cargo de conciencia, intentas robar esos minutos de sueño que entonces te parecen el mejor de los regalos...

¡Has vuelto a caer en lo mismo y ya van demasiadas! Sabes que la pereza te puede, que es más fuerte que tú a esas horas, que jamás lograrás vivir ningún minuto heroico... ¡que lo tuyo se asemeja más al minuto histórico, por el mucho tiempo que tardas en levantarte tras oír el despertador! Y eso te duele de verdad, te duele ver que eres vencido en la primera batalla y que ya no sabes ni qué hacer para cambiar el rumbo de tus derrotas matutinas con las sábanas.

Y es que el minuto heroico marca de verdad tu día. ¡Qué diferencia el día que se vive que el día en que se cae derrotado!... ¡Demasiada diferencia!

Esta batalla es decisiva en nuestra lucha contra el defecto de la pereza. De vencer en este punto nos jugamos mucho más de lo que imaginamos...

Recuerdo a un chico, noblote él, pero de esos que no se levantaban a su hora ni aunque viniera un ejército a despertarle. Por su habitación pasaban madre, padre, hermana pava, abuela centenaria y casi el vecino del quinto, que estaba harto de oír el despertador del chaval sin que nadie hiciera nada por apagarlo. Al final, tras media hora mendigando un poco de compasión a todo el que pasara por ahí, acababa saliendo de las sábanas sin tiempo apenas para tomarse un bocado matutino.

Hasta que un día sus padres vieron con asombro que cuando iban a despertarle ya estaba duchado, vestido y listo para salir al colegio. Nadie salía de su perplejidad y nadie sabía quién había hecho tal milagro. Le preguntaron varias veces, pero él solo decía que ya no le costaba levantarse... hasta que un buen día, su hermana quinceañera, vio cómo quedaba en la esquina del portal, siempre a la misma hora, con una chica de su clase... ¡Era el amor y el interés lo que había logrado lo que hasta entonces parecía un imposible!

Y es que es así. Cuando uno tiene interés de verdad en algo, no hay pereza que pueda con nosotros. ¿Por qué cuesta tan poco levantarse cuando tienes uno de esos partidos que hacen historia, o cuando has montado un viaje con amigos y amigas que llevabas tiempo esperando? Sencillamente porque tienes un motivo serio para levantarte. En el fondo tienes el mismo sueño de siempre, pero el interés, el deseo de hacer eso que viene luego, es lo que levanta tus huesos de la cama...

Y me pregunto yo, y te pregunto a ti: ¿tan poco quieres a tu Dios para quedarte entre las sábanas cada vez que suena el despertador?

El sacrificio y la pereza son realidades incompatibles... Se odian mutuamente y jamás podrán convivir juntos. Por eso tú has de decidir con quién te quedas... qué compañero de tu día deseas elegir cada mañana. Y no dudes que quien sabe vencerse en esa primera batalla del minuto heroico tendrá mucho ganado, el día nunca será el mismo cuando hemos salido victoriosos en la primera de las batallas. Y si quieres, pruébalo por ti mismo y verás la diferencia.