Cerrar

El mayor peligro: cumplir sin amar

Fuente: Soy amigo de Jesucristo (Antonio Pérez Villahoz)

Todos admiramos a esas personas que tras muchos años alejados de Dios, vuelven su mirada a Cristo y sufren una auténtica conversión. Se vuelven unos apasionados de Dios y saben dar razón de su fe a todo aquel que le interroga. Son conversos sin complejos, personas maduras que se han negado a tratar Dios durante muchos años de su vida hasta que reciben ese zarpazo de amor en sus almas.

Y al escucharles no es extraño que surja esta pregunta en nuestra interior: ¿y a mí porque no me pasan estas cosas?, ¿por qué mi fe es tan pequeña, mi conocimiento de Dios tan infantil, mi amor a Cristo tan volátil y tan efímero?

Recuerdo la conversación que mantuve con un adolescente que llevaba una vida cristiana intensa: iba a Misa casi a diario, procuraba hacer un rato de oración, ofrecía su estudio a Dios e incluso no fallaba nunca en el rezo del Rosario cuando llegaba el mes de mayo... pero su corazón andaba lejos de saber lo que era el amor de Dios. Cumplía pero no amaba, y esa es una enfermedad que es mortal para el alma de cualquiera. Este chico parecía creer que Dios le iba a amar un miligramo más si cumplía una interminable lista de actos piadosos. Y no es así: Dios nos quiere infinitamente y todos nuestros rezos y devociones son un medio para acrecentar ese amor.

Uno no se enamora de una chica siguiendo un manual de instrucciones... El amor es conocimiento, trato, confianza en el otro, donación de uno mismo a la persona con la que se intenta congeniar... Pues lo mismo con Dios. Cristo no es una estatua de escayola a la que le lanzo piropos artificiales o dejo monedas en sus pies a cambio de que cumpla lo que le pido... ¡No, Cristo está vivo, y o le trato con un sentido profundo de amistad o toda mi aparente vida cristiana será solo un simulacro sin sentido!

Ojo, no pretendo yo animarte a que abandones esas prácticas de piedad que realizas a diario. Es necesario tratar a Dios en lo concreto, no abandonar tu vida de oración sólo por el hecho de que te cueste hablar con Él, o dejar de ir a Misa por la cercanía de un examen... Pero o metes amor en todo lo que haces, o a tu vida cristiana no le queda ni dos telediarios.

Y es que tanto el sentimentalismo como el formalismo son dos caras de la misma moneda que tiene como precio vivir una vida cristiana que ni es vida ni es nada. No puedo pensar que Dios me ama si lo siento y me deja de amar si dejo de sentirlo. Las cosas serias no pueden juzgarse nunca así... Pero tampoco el formalismo, ese cumplir por cumplir, ese dar el pego poniendo cara de santito cuando hago la oración, ese reducir mi amor a Dios a una lista de metas frías y sin alma, ese vivir lleno de contradicciones o llenando mi vida de frases hechas que son de otro pero que jamás han rasgado el egocentrismo que encierra mi existencia... todo eso acaba cristalizando en una vida cristiana agobiante y sin amor que trastorna cualquier posibilidad de saborear el inmenso amor que Dios me tiene.

Como decía aquella alma enamorada de Dios: ¿Señor, después de tantos años de comulgar casi a diario, de rezar rosarios a montones, de confesiones y penitencias... cómo tardo tanto en darme cuenta que Tú me quieres porque sí?

Y es así: Dios nos quiere con nuestro nombre de pila, con nuestra historia personal, con esa historia que engloba errores a espuertas, pecados concretísimos, infidelidades de libro. Dios nos quiere con nuestros pecados, con nuestros achaques, con nuestros misterios, con nuestras carencias, con los dones y aciertos que tengamos. Para Dios, tú y yo somos la cosa que más ama.

Por eso, es clave que entendamos que lo más importante no es aquello que nosotros hacemos por Dios, sino lo que Dios hace por nosotros. A mí, por lo menos, lo que me convence de este Cristo es lo mucho que Él ha hecho por demostrarme que me quiere: se abajó a la condición de hombre, se hizo carne de nuestra carne, probó todas las debilidades humanas, se hizo bebé, fue escupido, abofeteado y torturado como un criminal, pasó hambre, sed y soledad; experimentó la traición y el rechazo de los hombres y gozó también con el amor de sus amigos.

El amor de Cristo por ti es un amor de obras concretísimas, de hechos que pueden contarse y experimentarse. Todo en Él es el deseo de decirte que te quiere, de decirte que le importas, de decirte que para Él tú significas mucho... ¿Entiendes ahora que una vida cristiana fría y calculadora, llena de normas rígidas que ni ayudan ni espolean, es la mayor traición a ese amor de Dios por ti? Por eso, busca enamorarte más de Dios en todo lo que haces... no reduzcas tu trato con Cristo a un cumplimiento formulario de cosas. Hazte amigo suyo, dialoga con Él, enfádate con Él si quieres, como hacen dos buenos amigos de vez en cuando. Solo así acabarás por darte cuenta que vivir alejado de esa amistad es lo más absurdo que puedes hacer con tu vida. Pero eso no es algo que se aprende entre las líneas de unos libros, esa es una lección que te dará tu vida real cuando trates de verdad a Cristo.