Cerrar

Cuando me importan los demás, la pereza deja de ser lo único importante

Fuente: Apaleado por la pereza(Antonio Pérez Villahoz)

Conocí a un chico adolescente que era un pasota de libro. Malas notas, mala pinta y malas compañías. Lo tenía todo... Pero siempre le acababa “traicionando” su buen corazón. Su vida se vio agitada por el tsunami de la separación de sus padres. Ahí se rompió. Ahí adoptó la apariencia de un joven de mirada desafiante que no quería saber nada más de esfuerzos, luchas, ideales y amores. Su capacidad de amor se bloqueó... Decidió cerrar su corazón para así no volver a sufrir. Pagó el alto precio del fracaso de sus padres buscando a otros que pagaran la factura de su dolor interior. Dejó de estudiar, dejó de rezar, dejó de querer y dejó de pensar que la vida podía ser algo más que ir a la suya y evitar que nadie más te hiciera daño.

Así lo conocí y, la verdad, me dio tanta pena este chico que quise demostrarle que él valía mucho más que eso. Me costó mucho que me aceptara en su mundo. Me veía uno de esos enemigos exteriores que solo deseaban fastidiarle la vida. Tuve que echarle paciencia a la cosa y mucha dosis de oración al de Arriba porque ya sabía que por mí mismo poco lejos iba a llegar.

Un buen día se presentó la ocasión. Estaba a punto de repetir curso y tenía a varios profesores con ganas de devolverle todas las afrentas que había causado. Su mejor amigo –otro desdichado como él– dejaba el colegio y la ciudad porque a su padre lo cambiaban de trabajo. Las chicas llevaban tiempo pasando de él porque era un borde en el trato. Y hasta le iban a echar del equipo de fútbol porque llegaba tarde a los entrenamientos y a los partidos... Hasta que vino y me contó que había conocido una chica que le importaba pero que era incapaz de acercarse a ella porque le iba a rechazar... ¡Vi ahí mi oportunidad! La verdad es que esa chica era su opuesto más opuesto. Buena estudiante, normal, trabajadora y de esas a la que si vas con malas intenciones te pilla antes de que abras la boca... y este chico andaba muy desentrenado de lo que era ir con buenas intenciones.

Le di entonces mil razones para cambiar su actitud. Le expuse que él mismo ya se daba cuenta que su vida iba por mal camino, que estaba carcomido por ese pasotismo barato que solo era pura pereza y puro miedo a la vida. Y que ésta era la mejor ocasión para demostrarse a sí mismo que podía ser esa persona que de verdad le gustaría ser. No sé cómo ni por qué, pero funcionó. Lo vi en sus ojos, en su mirada, hasta en los gestos de su boca... era como si se despertará en él una ilusión que había reprimido durante demasiado tiempo... ¡Y cambió! ¡Vaya si cambió! Le costó lo suyo, sufrió de lo lindo, pero sacó una fuerza interior que yo desconocía de veras que tuviera... Se perdonó a sí mismo, pidió perdón a Dios y se lanzó a esa conquista que puede más que nada y que se llama amor, interés por los otros, afán por vivir en un mundo auténtico donde yo nunca soy lo más importante. Y sacó el curso y rompió con varios de esos amigotes a los que también quiso ayudar a cambiar pero no se dejaron... Y abandonó su patético pasotismo por un mundo donde ya entraba la palabra esfuerzo y lucha. Y dejó de ir arrastrado por la pereza y apaleado por sus vaivenes del estado anímico... Maduró porque luchó... Maduró porque amó de verdad y porque aprendió a querer a los otros... y eso le supuso tener que luchar.

Y es que el amor lo cambia todo. Fundamentalmente a nosotros mismos. Pero el amor verdadero pasa necesariamente por dar, no por saciarse de las más bajas pasiones como son la pereza, el egoísmo, el vivir apegado a lo que dicte mi apetencia. Por eso, hasta que no nos decidimos a salir de nosotros mismos, a poner nuestra ilusión en cosas más altas que nuestro propio yo, hasta que no aprendemos a decir que no a tanto ir a nuestra bola, a tanto buscar la comodidad... hasta que no tomamos la firme determinación de esforzarnos de veras por hacer la vida más feliz a los demás... hasta ese momento la pereza es lo único importante. Pero cuando sales de ahí, cuando es la vida de los otros lo que más te importa, le quitamos la careta a la pereza... y descubrimos que es una copia barata de la felicidad, una impostora a la que nunca jamás querremos volver a entregar lo más valioso que tenemos: el deseo de amar y ser amados.