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CLAVES DE ÉXITO

Son muchas las claves que permiten afirmar que estamos ante una auténtica dirección espiritual. Aquí hemos elegido sólo cuatro de ellas, con el fin de concretar los peligros que pueden alejarte de esa ayuda que otro nos da, para que andemos acertadamente por el camino de nuestra vida de cristianos.
De nosotros depende, en gran parte, la eficacia de este medio de formación cristiana que durante tantos siglos lo han vivido multitud de cristianos. Eso sí, no basta con tener un director espiritual, ni siquiera saber de qué vamos a hablar con él. Es importante que previamente conozcamos nuestras disposiciones y el modo de afrontar esa conversación.
Aquí te doy cuatro claves que harán muy eficaz tu dirección espiritual.

PRIMERA CLAVE: EXAMEN

Qué difícil resulta acertar cuando uno tiene que hablar de algo que no conoce. Por eso, tu primera tarea consistirá en examinarte de lo que vas a contar en la dirección espiritual. Parece algo lógico, pero cuando acudimos al sacerdote o al amigo sin haber preparado nuestra conversación, resulta fácil equivocarse, porque serán muchos los temas que dejemos en el candelero o nos centraremos tan solo en lo último que nos ha cogido la cabeza, en nuestro último enfado, nuestra última pena o nuestro último examen, y eso no es la dirección espiritual.
Examinarse quiere decir saber qué vamos a contar, de qué temas vamos a hablar. Y para esa tarea, no lo olvidemos, se necesita emplear el tiempo. Te aconsejo que tomes como norma de conducta utilizar un rato de tu oración delante del Sagrario para preparar esta conversación, porque así tu primera dirección espiritual, tu primera charla, la harás con el Señor. ¡Qué fácil resulta entonces ser sincero, darse uno cuenta de sus defectos, saber en lo que ha fallado y huir de la tendencia a autoexcusarse!
Además, convendrá muchas veces que este examen lo hagas por escrito, así evitarás olvidarte de las cosas importantes. Bastará que apuntes las ideas que luego contarás en tu conversación y rompe después ese trozo de papel. A veces, medios tan básicos son los que no empleamos por el pequeño esfuerzo que nos supone.

SEGUNDA CLAVE: SINCERIDAD

Parece una tontería acudir a la dirección espiritual con la intención de mentir en algún punto de nuestra lucha, pero hay que estar precavidos de todos los peligros. No debe extrañarte que sean muchas las ocasiones en que te cueste decir la verdad de todo lo que te pasa. Siempre nos costará ser sinceros porque siempre tendemos a quedar bien y precisamente si a algo vamos a la dirección espiritual es a contar todos nuestros defectos y nuestra falta de lucha y eso se asemeja bastante a lo que coloquialmente llamamos "quedar mal".
Que nos cueste ser sinceros no tiene por qué suponer el no serlo. Precisamente si cuesta es que tiene valor hacerlo, y algo semejante nos ocurre, por ejemplo, con el estudio. ¿Y qué es ser sincero? Algo muy sencillo de decir: contar toda la verdad, no casi toda la verdad o "nuestra verdad". Por eso, primero hacemos la dirección espiritual con el Señor, para ver nuestra vida tal como la ve Él y para mejorar en donde Él dice que hay que mejorar. No se trata, por tanto, de hacer una mera introspección interior de lo que nos ocurre, sino de comparar nuestra vida y nuestra lucha con la vida de Jesús con el fin de arrancar y de quitar todo lo que no va, todo lo que nos aparta de Dios, y para eso hay que ser sincero.
Es necesario que facilitemos al máximo la ayuda que nos prestan en esta charla espiritual, sin disfrazar la verdad y sin esperar que sea el otro quien a base de preguntas nos sonsaque todo lo que llevamos dentro. De lo contrario, puede pasarnos como a ese chaval, gran aficionado a las películas de detectives de la televisión, que se encontraba con un fuerte dolor de oídos. La madre llamó al doctor, y éste le dijo al pequeño paciente: A ver, ¿qué oído te duele?, y el joven le dijo: Eso tiene que averiguarlo usted; yo no soy un "soplón".
¿Qué dirías tu de un paciente que acude al médico afirmando que sufre terribles dolores de cabeza cuando en realidad lo que le duele es el estómago?. Pues que realmente no quiere curarse porque no cuenta todos sus síntomas. Pues eso mismo trata de evitar la sinceridad. Hay que decir siempre lo que realmente nos duele, por mucho que nos cueste contarlo.
Si quieres un buen remedio para luchar por ser sincero, empieza a contar siempre lo que más te cuesta. Di primero aquello que te gustaría que nadie supiera y así habrás vencido contra algo que a todos nos supone esfuerzo: que nos conozcan tal como somos, no como a nosotros nos gustaría que nos conocieran, al precio de no ser sinceros. Son precisamente, además, las personas que dicen la verdad en su dirección espiritual las que realmente quedan bien. ¿O piensas que el sacerdote con el que hablas, o el amigo que te escucha, no conoce que el hombre tiene los pies de barro y que son muchas las miserias que llevamos dentro?
Será a base de ser sinceros, una y otra vez, como iremos venciendo esa tendencia a ocultar nuestros defectos. Que no te dé miedo contarlo todo y si alguna vez piensas que hay algo que, por lo que sea, no serás capaz de decir porque te da mucha vergüenza, exponlo así en tu dirección espiritual: "Oye mira, que hay un asunto que no me atrevo a contarte ¿Puedes ayudarme?" Tenlo por seguro: has comenzado ya a ser sincero.
Que no nos avergüence tener que acudir cada semana a la dirección espiritual con los mismos defectos. Nunca se cansarán de escucharte, ni de alentarte, ni de ayudarte para superar esos problemas. Será la sinceridad, no lo olvides, el mejor modo de empezar a vencer en tus dificultades.

TERCERA CLAVE: DOCILIDAD

¿Y eso qué es? Pues también te lo explico sencillamente. Se trata de que después de haberte examinado de lo que vas a contar en tu dirección espiritual y de ser muy sincero a la hora de contar todo, pues que te propongas seriamente luchar en esos puntos que te indican en la dirección espiritual, y que van encaminados a mejorar tu vida cristiana. Pensarás que eso es pan comido, pero es que además de la tendencia a no ser sinceros también tenemos la tendencia de la soberbia y de la pereza.
La primera nos impide aceptar como propios los consejos recibidos. Es decir, lo que nos dicen no lo valoramos o por lo menos, de una forma semiconsciente, no estamos dispuestos a ponerlo por práctica. Ese es el peligro de la soberbia; considerar que los demás no acaban de acertar en los consejos que nos dan o que no nos comprenden del todo o que nos exigen demasiado.
Si no fuéramos de verdad a dejarnos exigir (y para eso hay que ver al Señor detrás de esos consejos) faltaría la rectitud de intención y pretenderíamos entonces acudir a la dirección espiritual para que la autoridad del sacerdote o el amigo justifique nuestra falta de lucha o nuestro egoísmo. Y al comprobar que esas personas buscan el querer de Dios y fallar, por tanto, en nuestras disposiciones, podría venir enseguida el pensamiento de buscar otro director para nuestra alma que nos pida menos.
Este es el peligro de no ver al Señor tras esas exigencias. Y habremos entrado derechos al camino de no vivir según el querer de Dios, sino según lo que nos dicta el capricho y la comodidad.
Tu director espiritual está obligado siempre a indicarte qué has de mejorar y qué has de cambiar, aunque eso le lleve consigo perder el aplauso de los hombres y la estimación ajena. Decía Santa Teresa de Lisieux hablando de las monjas que dirigía espiritualmente: "Si no me quieren, ¡peor para ellas! Yo digo siempre toda la verdad; si no quieren saberla, que no vengan a buscarme!".
El soberbio jamás podrá ser dócil, porque dejarse ayudar supone muchas veces aceptar otras ideas diferentes a las nuestras, y porque para aprender hay que estar convencido de que son muchas las ocasiones en que nos equivocamos y que es necesario que alguien nos enseñe a avanzar en nuestra vida cristiana.
Hemos de tener mucha visión sobrenatural, porque de lo contrario difícilmente dejaremos que la Gracia de Dios penetre hasta lo más hondo de nuestra alma. En eso consiste precisamente la humildad: en dejarnos llevar y corregir, y pulir y cambiar ¿y para qué? Para ir pareciéndonos un poquito más al Señor, para, como decíamos en otro apartado, apartar de nuestra vida todo lo que nos aparte de Dios, y para eso hay que ser humildes.
El otro gran peligro, no lo olvides, es la pereza. Es como si después de ir al médico y contarle lo que nos ocurre, nos dijera que tomáramos una medicina cada ocho horas y nosotros decidiésemos tomarla cada tres días. Así no nos curaremos nunca. Hemos de luchar, cada día, para poner en práctica los consejos recibidos, sin dejarnos llevar por la desgana o los "olvidos", que tanto daño hacen a nuestra vida interior. Por eso, será muy importante que revises con frecuencia los puntos de lucha con los que saliste de la dirección espiritual. No te canses nunca de luchar.
Para que la pereza no logre destruir los buenos propósitos de la charla, puede servirte tomar nota de todo lo que te indican. De este modo, podrás volver una y otra vez, en tus ratos de oración y de examen, a sacar nuevas luces de esos consejos.

CUARTA CLAVE: CONSTANCIA

Así como cuando se padece una enfermedad muchas veces no basta con acudir al médico una sola vez, para ir puliendo nuestra alma es necesario que acudamos con la frecuencia debida a la dirección espiritual. Un coche ha de pasar constantes revisiones a lo largo de su uso porque de lo contrario, sencillamente, dejará de andar. Algo semejante nos ocurre en nuestra lucha de cristianos. Hay que volver una y otra vez a recomenzar, a reparar las pequeñas "averías" que ocasionan el transcurrir de los días y de las circunstancias por las que atravesamos.
Te servirá mucho concretar esa charla con tu director espiritual en día fijo y a hora fija, así no dejarás que las innumerables ocupaciones que tienes acaben retrasando tu conversación para cuando tengas una ocasión oportuna, que por otro lado casi nunca la tendrás. Pregunta tú cuál es la periodicidad más conveniente para tu alma, dadas tus circunstancias y sométete a ese horario con la ilusión de no fallar nunca a esa cita.
Ser constante te servirá, además, para no acostumbrarte a luchar según sople el sentimiento. Son en esas ocasiones en que te cuesta más dejarte ayudar, o tienes más pereza en acudir a la dirección espiritual, o atraviesas por momentos de especial dificultad o estás más agobiado por los exámenes, cuando más necesitas de la ayuda que te proporcionará el sacerdote o el amigo.
No olvides nunca que para avanzar en la vida hace falta tiempo. Tu vida de cristiano, ser santo, no se improvisa de un día para otro. Hacen falta derrotas (que nos ayudarán a ser humildes) y pequeñas victorias (que nos permitirán ver que no todo era tan inasequible como pensábamos). Hay que comenzar y recomenzar muchas veces sin desánimos, aunque a veces pensemos que vamos como los cangrejos, siempre andando hacia atrás. Si hay constancia en tu dirección espiritual ten por seguro que ya estás poniendo los medios para luchar y mientras luchemos y nos levantemos, la vida cristiana va hacia adelante.
Llegamos al meollo del interrogante que plantea este libro: ¿Y de qué hablo en mi dirección espiritual?