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Dios nos ha amado primero

Fuente:  Javier Fernández Pacheco, Amar y ser feliz, pp. 16-23

"Dios es Amor" (1 Jn 4,16). Aunque la Sagrada Escritura dijera solo esta frase, ya valdría por todos los libros del mundo. Esta es la verdad maravillosa que nos transmite.
Verdaderamente es un misterio el amor de Dios al hombre. C.S. Lewis, en su obra Cartas del diablo a su sobrino, cuenta que el gran arcano que desconcierta al diablo en el infierno es precisamente este, y no el misterio de la Santísima Trinidad. El salmista también se sorprende ante el insondable amor de Dios y se pregunta "¿qué es el hombre! oh Dios!, para que te acuerdes de él, y el hijo de Adán para que te cuides de él?" (Sal 8,5)
¿Por qué Dios se enamora de nosotros?; ¿acaso el necesita algo del hombre? no; al contrario, su amor es pura gratuidad. Nos ama porque su amor es difusivo, tiende a extenderse.
Saber que Dios nos ama es lo que de verdad importa en nuestra vida. Se a un niño le resulta vital sentirse amado por sus padres, a una persona adulta le ayuda muchísimo saberse amada por Dios, hasta el punto que la existencia cristiana se puede sintetizar en conoce y creer en el amor que Dios nos tiene (3). Es decir, nuestra vida debe ser pensar, detenernos muchas veces al día en el cariño que el Señor nos profesa.
En esta época de angustia y de miedo es necesario al hombre, "que en su conciencia resurja con fuerza la certeza de que existe Alguien que  tiene en sus manos el destino de este mundo que pasa; Alguien que tiene la llave de la muerte  y de los infiernos (Ap 1,18), Alguien que es el alfa y la omega de la historia del hombre (Ap 22,13), ya sea la individual como la colectiva. Y este Alguien es Amor (1 Jn 4, 8-16): Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presentado a los hombres...Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras: No tengáis miedo". (4)
Oí contar en cierta ocasión, que una persona mantuvo una conversación pausada con su director espiritual, en la que le expuso cómo había ido su vida en la última temporada. Al final, sacó la sensación de que lo que le había relatado era bastante negativo, un pequeño desastre. Sin embargo, las palabras que escucho, fueron precisamente las que necesitaba: "Hijo mío, cuánto te quiere a ti el Señor". Eso es lo importante: saber que el Señor 18 nos quiere siempre, aunque seamos una calamidad, aunque nonos lo merezcamos.
Mas que saber que Dios existe, importa saber que Dios nos ama, descubrir, como ha ocurrido en los santos, la ternura y la fuerza de ese amor, que se manifiesta como Creador, Padre, Redentor y amigo entrañable.
 AMOR DE DIOS CREADOR
Cuando una persona ama a otra se alegra de su existencia. Cuenta la Sagrada Escritura que Dios, después de crear al hombre, vio que era muy bueno lo que había hecho, como si hubiera dicho: ¡Es bueno que tú existas! ¡Que maravilloso que tú existas! El universo no estaría completo si tú no existieras. No concibo el universo sin ti (5). Todo ser humano puede decir: Existo, luego soy amado.
Así pues, la primera prueba de que Dios nos ama es que nos ha creado. Si existimos, nos dice nuestra fe, no es por azar. "No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es fruto del pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario" (6) Que diferencia entre existir por azar, por el ciego materialismo evolucionista, y existir porque Dios nos ha amado creándonos ¡Como se confirma y alegra nuestro ser!
 El Concilio Vaticano II, siguiendo la doctrina de santo Tomás enseña, por otra parte, que el hombre es el único ser de la creación visible al que Dios quiere por sí mismo. Todo lo demás, lo ha querido Dios en función del hombre. ¿No parece esto un derroche? Sí, pero es que el amor de Dios excede, en grado infinito, al amor humano, y llega hasta hacernos participes de su felicidad infinita y eterna en el Cielo.

DIOS ES NUESTRO PADRE
 “Mirad qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios, y que lo seamos. (…) Carísimos, nosotros somos ya ahora hijos de Dios” (1Jn 3,12).
Dios no nos quiere sólo con un amor creador, sino sobre todo con un amor de Padre. Nos eleva por encima de nuestra condición de criaturas –a distancia infinita de Él- y nos hace hijos suyos, no en sentido metafórico sino real. Así fue, al principio con Adán, y así es con nosotros, a pesar de nuestros pecados. Adán no quiso ser buen hijo de Dios y se rebeló. ¡Feliz culpa!, canta la Iglesia, ya que al llegar la plenitud de los tiempos Dios Padre envió a su Hijo para que redimiera al hombre del pecado y fuera constituido  hijo de Dios (cfr. Gal 4,5).
“Por el santo bautismo somos hechos hijos de Dios en su unigénito Hijo, Cristo Jesús. Al salir de las aguas de la sagrada fuente, cada cristiano vuelve a escuchar la voz que un día fue oída a orillas del Jordán: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Lc 3, 22). Y entiende que ha sido asociado al Hijo predilecto, llegando a ser hijo adoptivo y hermano de Cristo". ¿Hay algo más grande que pudiéramos escuchar de Dios que estas palabras? ¡Cuánto nos puede consolar tenerlas presentes! La filiación divina es la gran osadía de la fe cristiana que ninguna otra religión se ha atrevido a manifestar.
Que somos hijos de Dios lo conocemos, sobre todo, por la revelación del mismo Dios hecho hombre, Jesucristo. En ello hemos de creer firmemente porque, "si admitimos el testimonio de los hombres, de mayor autoridad es el testimonio de Dios" (1 Jn 5,9).
 En multitud de ocasiones el Evangelio recoge esa enseñanza de Jesús: sólo en el Sermón de la Montaña lo refiere dieciséis veces. El Señor llega a decir, en otro momento, con gran fuerza: "No llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos" (Mt 23,9). Con estas palabras, dichas al estilo semítico, y que no niegan la paternidad humana, el Señor nos dice que somos mucho más hijos de Dios que hijos de nuestros propios padres terrenos. Dios es nuestro Padre por antonomasia, infinitamente Padre, y la paternidad humana lo es por participación de la divina.
 De una forma conmovedora, Jesús nos expone el amor de nuestro Padre Dios en la parábola del hijo prodigo, que podría llamarse mejor la parábola del padre misericordioso. Dios está representado en la figura del padre, que otea todos los días el horizonte para ver si vuelve su hijo pequeño, que le ha ofendido gravemente, marchando a tierras lejanas, ha dilapidado su herencia en orgías y francachelas, y un día, "cuando aún estaba lejos, dice la Escritura, lo vio su padre, y enternecieron sele las entrañas u corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello y le dio mil besos" (Lc 15,20). Éstas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se puede hablar más humanamente¿ ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor paternal de Dios por los hombres¿ (8) Cada día deberíamos meditar en este amor incondicional de nuestro Padre Dios por cada uno de nosotros, que, con nuestras debilidades y pecados, somos el hijo prodigo.
En este mundo moderno es fundamental saber muchas cosas. En el terreno profesional hay que estar al día y reciclarse continuamente; conviene conocer el desarrollo de las técnicas que hacen más  amable la vida del hogar, o que, a veces, son imprescindibles para la vida cotidiana; hay que enriquecerse con conocimientos culturales, con las noticias de nuestro entorno..., pero lo más importante que hay que aprender es que somos hijos de Dios, si no, desconocemos nuestra verdad mas intima.
El Espíritu Santo es el divino maestro, que enseña a cada alma su filiación divina y se la hace experimentar: "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "Abbá" (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios: (Rom 8, 14-16).
El amor de Dios al hombre, que nos revela la Sagrada Escritura, además de ser paterno se describe también como materno. "Como un hijo al que su madre consuela, así os consolare yo a vosotros" (Is 66,13). En Dios, que ha creado al  varón y a la mujer, reside la fuerza del padre y la ternura de la madre en grado infinito.
Para expresar el amor que nos tiene, Dios acude también a la imagen del amor esponsal, de ese amor que "es más fuerte que la muerte" (Ct 8,6), con figuras audaces de los profetas Óseas y Ezequiel y, sobre todo, del Cantar de los cantares, donde el eros se ennoblece al fundirse en el ágape  (9). 23

DIOS NOS HA REDIMIDO
Al referirnos al amor humano, podemos entender dos formas de amar: el amor que consiste en dar, en obsequiar, en hacer regalos; y el amor que estriba en darse a sí mismo, y esto hace sufrir por la persona amada, incluso hasta la entrega de la vida, dar hasta que duela, como solía decir la beata Teresa de Calcuta. Naturalmente, este último es el modo más excelso del amor.
Pues bien, Dios, al crearnos, nos da la existencia, la inteligencia, la libertad y todos los dones naturales. Al hacernos hijos suyos, nos da dones sobrenaturales y hasta se nos da Él mismo, haciéndonos participes de su naturaleza divina, comunicándonos su propia  vida divina. Pero, además, el Hijo de Dios se hace hombre para morir por nosotros en la Cruz. De esa forma nos prueba que su amor es el más grande, porque, como Él mismo nos dice, "nadie tiene amor  mayor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
"La cruz, de ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medios de Cristo, que acepta la Cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que Dios es amor. Amor inconmensurable" (10).
Cristo murió no sólo por todos los hombres, sino también por mí en particular. Cada uno puede decir, ciertamente con san Pablo: "Me amó y se entrego por mí" (Gal 2,20).
Todos somos objeto del amor redentor de Dios, pero cada persona lo es a través del perdón. Profundizar en el persona de Dios que se realiza a través del Sacramento de la Penitencia, es comprender el Amor de Dios como Creador, Padre y Redentor, un amor incondicionado que pasa por encima de nuestras infidelidades y miserias.

(1) Santa Teresa de Jesús. El libro de la vida, cap.37. / (2)San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor,  punto 59 / (3) Cfr. Benedicto XVI,  Deus caritas est, n.1 / (4) Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, p.216 / (5) Cfr. J. Pieper, Virtudes fundamentales, p.443 / (6) Benedicto XVI, Homilía, 24-IV-2005 / (7) Juan Pablo II,  Cristifidel / (8) San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n.64. / (9) Cf.. Benedicto XVI, Deus caritas est, n9 a 11 / (10) Juan Pablo II, Vía Crucis del ano 2000,  segunda edición.