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Para confesarse con fruto
1. Pide ayuda a la Virgen para ser muy sincero.
2. Prepararse con el examen de conciencia (jóvenes, mayores) para recordar los pecados desde la última confesión bien hecha. Para esto ponerse en la presencia de Dios, de la Virgen, del Ángel de la guarda, y delante de cada uno, para preguntarnos por nuestra conducta desde la última confesión bien hecha. Recordar que no son pecados las tentaciones, los estados de ánimo, la imaginación o las sensaciones involuntarias.
3. Acompañar el examen con una actitud interior de penitencia (arrepentimiento del corazón) que nazca del amor de Dios. Es el elemento más importante para una buena confesión. Pídelo al Señor y trata de provocarlo en el interior de tu corazón. No hay que confundirlo con el sentimiento o con la amargura interior; es sobre todo un estado de la voluntad de rechazar todo lo que ofende a Dios y proponerse a evitarlo por todos los medios.
ACTO DE CONTRICIÓN: ¡Señor mío Jesucristo!, Dios y Hombre Verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén.
4. El verdadero dolor contiene el propósito sincero y firme de luchar contra el pecado. Debe ser un “propósito” y no solamente una buena voluntad. Para esto es muy útil también los consejos que nos de el confesor.
5. Decir los pecados al sacerdote. Hay que ir acusarse y no a excusarse (de esto se encarga el Señor). Hay que decir los pecados, no describirlos. Para esto debe ser breve, clara, completa, sin dejarse llevar por el temor o la vergüenza que nos llevan al remordimiento, y no al amor.
6. El Sacerdote impondrá una “penitencia”: una obra buena a cumplir o una oración a ofrecer al Señor. Cúmplela cuanto antes.