es causa de la fe: es Él quien se revela gratuitamente y mueve con su gracia el corazón del hombre para que se adhiera a Él; d) ha de considerarse la oscuridad y la incertidumbre con la que el pecado hiere a la razón del hombre obstaculizando tanto el reconocimiento de la existencia de Dios como la respuesta de fe a su Palabra (cfr. Catecismo, 37). Por estos motivos, particularmente el último, siempre es posible una negación de Dios por parte del hombre[11].
El ateísmo posee una manifestación teórica (intento de negar positivamente a Dios, por vía racional) y una práctica (negar a Dios con el propio comportamiento, viviendo como si no existiese). Una profesión de ateísmo positivo como consecuencia de un análisis racional de tipo científico, empírico, es contradictoria, porque –como se ha dicho– Dios no es objeto del saber científico-experimental. Una negación positiva de Dios a partir de la racionalidad filosófica es posible por parte de específicas visiones apriorísticas de la realidad, de carácter casi siempre ideológico, ante todo, el materialismo. La incongruencia de estas visiones puede ponerse de manifiesto con la ayuda de la metafísica y de una gnoseología realista.
Una causa difundida de ateísmo positivo es considerar que la afirmación de Dios supone una penalización para el hombre: si Dios existe, entonces no seríamos libres, ni gozaríamos de plena autonomía en la existencia terrena. Este enfoque ignora que la dependencia de la criatura de Dios fundamenta la libertad y la autonomía de la criatura[12]. Es verdadero más bien, lo contrario: como enseña la historia de los pueblos y nuestra reciente época cultural, cuando se niega a Dios se termina negando también al hombre y su dignidad trascendente.
Otros llegan a la negación de Dios considerando que la religión, específicamente el cristianismo, representa un obstáculo al progreso humano porque es fruto de la ignorancia y la superstición. A esta objeción puede responderse a partir de bases históricas: es posible mostrar la influencia positiva de la Revelación cristiana sobre la concepción de la persona humana y sus derechos, o hasta sobre el origen y progreso de las ciencias. Por parte de la Iglesia Católica la ignorancia ha sido siempre considerada, y con razón, un obstáculo hacia la verdadera fe. En general, aquellos que niegan a Dios para afirmar el perfeccionamiento y el avance del hombre lo hacen para defender una visión inmanente del progreso histórico, que tiene como fin la utopía política o un bienestar puramente material, que son incapaces de satisfacer plenamente las expectativas del corazón humano.
Entre las causas del ateísmo, especialmente del ateísmo práctico, debe incluirse también el mal ejemplo de los creyentes, «en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión»[13]. De modo positivo, a partir del Concilio Vaticano II la Iglesia ha señalado siempre el testimonio de los cristianos como el principal factor para realizar una necesaria “nueva evangelización”[14].
5. El agnosticismo y la indiferencia religiosa
El agnosticismo, difundido especialmente en los ambientes intelectuales, sostiene que la razón humana no puede concluir nada sobre Dios y su existencia. Con frecuencia sus defensores se proponen un empeño de vida personal y social, pero sin referencia alguna a un fin último, buscando así vivir un humanismo sin Dios. La posición agnóstica termina con frecuencia identificándose con el ateísmo práctico. Por lo demás, quien pretendiese orientar los fines parciales del propio vivir cotidiano sin ningún tipo de compromiso hacia el que tiende naturalmente el fin último de los propios actos, en realidad habría que decir que en el fondo ya ha elegido un fin, de carácter inmanente, para la propia vida. La posición agnóstica merece, de todos modos, respeto, si bien sus defensores deben ser ayudados a demostrar la rectitud de su no-negación de Dios, manteniendo una apertura a la posibilidad de reconocer su existencia y revelación en la historia.
La indiferencia religiosa –también llamada “irreligiosidad”– representa hoy la principal manifestación de incredulidad, y como tal, ha recibido una creciente atención por parte del Magisterio de la Iglesia[15]. El tema de Dios no se toma en serio, o no se toma en absoluta consideración porque es sofocado en la práctica por una vida orientada a los bienes materiales. La indiferencia religiosa coexiste con una cierta simpatía por lo sacro, y tal vez por lo pseudo-religioso, disfrutados de un modo moralmente descuidado, como si fuesen bienes de consumo. Para mantener por largo tiempo una posición de indiferencia religiosa, el ser humano necesita de continuas distracciones y así no detenerse en los problemas existenciales más importantes, apartándolos tanto de la propia vida cotidiana como de la propia conciencia: el sentido de la vida y de la muerte, el valor moral de las propias acciones, etc. Pero, como en la vida de una persona hay siempre acontecimientos que “marcan la diferencia” (enamoramiento, paternidad y maternidad, muertes prematuras, dolores y alegrías, etc.), la posición de “indiferentismo” religioso no resulta sostenible a lo largo de toda la vida, porque sobre Dios no se puede evitar el interrogarse, al menos alguna vez. Partiendo de tales eventos existencialmente significativos, es necesario ayudar al indiferente a abrirse con seriedad a la búsqueda y afirmación de Dios.
6. El pluralismo religioso: hay un único y verdadero Dios, que se ha revelado en Jesucristo
La religiosidad humana –que cuando es auténtica, es camino hacia el reconocimiento del único Dios– se ha expresado y se manifiesta en la historia y en la cultura de los pueblos, en formas diversas y a veces también en el culto de distintas imágenes o ideas de la divinidad. Las religiones de la tierra que manifiestan la búsqueda sincera de Dios y respetan la dignidad trascendente del hombre deben ser respetadas: la Iglesia Católica considera que en ellas está presente una chispa, casi una participación de la Verdad divina[16]. Al acercarse a las diversas religiones de la tierra, la razón humana sugiere un oportuno discernimiento: reconocer la presencia de superstición y de ignorancia, de formas
de irracionalidad, de prácticas que no están de acuerdo con la dignidad y libertad de la persona humana.
El diálogo inter-religioso no se opone a la misión y a la evangelización. Es más, respetando la libertad de cada uno, la finalidad del diálogo ha de ser siempre el anuncio de Cristo. Las semillas de verdad que las religiones no cristianas pueden contener son, de hecho, semillas de la Única Verdad que es Cristo. Por tanto, esas religiones tienen el derecho de recibir la revelación y ser conducidas a la madurez mediante el anuncio de Cristo, camino, verdad y vida. Sin embargo, Dios no niega la salvación a aquellos que ignorando sin culpa el anuncio del Evangelio, viven según la ley moral natural, reconociendo su fundamento en el único y verdadero Dios[17].
En el diálogo inter-religioso el cristianismo puede proceder mostrando que las religiones de la tierra, en cuanto expresiones auténticas del vínculo con el verdadero y único Dios, alcanzan en el cristianismo su cumplimiento. Solamente en Cristo Dios revela el hombre al propio hombre, ofrece la solución a sus enigmas y le desvela el sentido profundo de sus aspiraciones. Él es el único mediador entre Dios y los hombres[18].
El cristiano puede afrontar el diálogo inter-religioso con optimismo y esperanza, en cuanto sabe que todo ser humano ha sido creado a imagen del único y verdadero Dios y que cada uno, si sabe reflexionar en el silencio de su corazón, puede escuchar el testimonio de la propia conciencia, que también conduce al único Dios, revelado en Jesucristo. «Para esto he nacido y para esto he venido al mundo –afirma Jesús ante Pilatos–; para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de da verdad escucha mi voz» (Jn 18,37). En este sentido, el cristiano puede hablar de Dios sin riesgo de intolerancia, porque el Dios que él exhorta a reconocer en la naturaleza y en la conciencia de cada uno, el Dios que ha creado el cielo y la tierra, es el mismo Dios de la historia de la salvación, que se ha revelado al pueblo de Israel y se ha hecho hombre en Cristo. Este fue el itinerario seguido por los primeros cristianos: rechazaron que se adorara a Cristo como uno más entre los dioses del Pantheon romano, porque estaban convencidos de la existencia de un único y verdadero Dios; y se empeñaron al mismo tiempo en mostrar que el Dios entrevisto por los filósofos como causa, razón y fundamento del mundo, era y es el mismo Dios de Jesucristo[19].
Giuseppe Tanzella-Nitti
Bibliografía básica
Catecismo de la Iglesia Católica, 27-49
Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 4-22
Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 14-IX-1998, 16-35.
Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 30-XI-2007, 4-12.
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[1] Cfr. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 14-IX-1998, 1.
[2] «Más allá de todas las diferencias que caracterizan a los individuos y los pueblos, hay una fundamental dimensión común, ya que las varias culturas no son en realidad sino modos diversos de afrontar la cuestión del significado de la existencia personal. Precisamente aquí podemos identificar una fuente del respeto que es debido a cada cultura y a cada nación: toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y, en particular, del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana. El corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios », Juan Pablo II, Discurso a la O.N.U., New York, 5-10-1995, «Magisterio», XVIII,2 (1995) 730-744, n. 9.
[3] Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 2.
[4] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 10.
[5] Cfr. Juan Pablo II, Carta Ap. Tertio millennio adveniente, 10-XI-1994, 6; Enc. Fides et ratio, 2.
[6] Cfr. S. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I, q. 2, a. 3; Contra gentiles, I, c. 13. Para una exposición detallada se remite al lector a estas dos referencias de Santo Tomás y a algún manual de Metafísica o Teología Natural.
[7] Cfr. Concilio Vaticano I, Const. Dei Filius, 24-IV-1870, DH 3004; Motu Proprio Sacrorum Antistitum, 1-IX-1910, DH 3538; Congregación para la Doctrina de la Fe, Inst. Donum veritatis, 24-V-1990, 10; Enc. Fides et ratio, 67.
[8] «Con agradecimiento, porque percibimos la felicidad a que estamos llamados, hemos aprendido que las criaturas todas han sido sacadas de la nada por Dios y para Dios: las racionales, los hombres, aunque con tanta frecuencia perdamos la razón; y las irracionales, las que corretean por la superficie de la tierra, o habitan en las entrañas del mundo, o cruzan el azul del cielo, algunas hasta mirar de hito en hito al sol. Pero, en medio de esta maravillosa variedad, sólo nosotros, los hombres —no hablo aquí de los ángeles— nos unimos al Creador por el ejercicio de nuestra libertad: podemos rendir o negar al Señor la gloria que le corresponde como Autor de todo lo que existe», San Josemaría, Amigos de Dios, 24.
[9] Cfr. Concilio Vaticano II, Const.Gaudium et spes, 18.
[10] Cfr. Ibidem, 17-18. En particular, la doctrina sobre la conciencia moral y la responsabilidad ligada a la libertad humana, en el cuadro de la explicación de la persona humana como imagen de Dios, ha sido extensamente desarrollada por Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 6-VIII-1993, 54-64.
[11] Cfr. Concilio Vaticano II, Const.Gaudium et spes, 19-21.
[12] Cfr. Ibidem, 36.
[13] Ibidem, 19.
[14] Cfr. Ibidem, 21; Pablo VI, Enc. Evangelii nuntiandi, 8-XII-1975, 21; Juan Pablo II, Enc. Veritatis splendor, 93; Juan Pablo II, Carta Ap. Novo millennio ineunte, 6-I-2001, cap. III y IV.
[15] Cfr. Juan Pablo II, Ex. Ap. Christifideles laici, 30-XII-1988, 34; Enc. Fides et ratio, 5.
[16] Cfr. Concilio Vaticano II, Decl. Nostra Aetate, 2.
[17] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium, 16.
[18] Cfr. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris missio, 7-XII-1990, 5; Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Dominus Iesus, 6-VIII-2000, 5;13-15.
[19] Cfr. Juan Pablo II, Enc. Fides et ratio, 34; Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 30-XI-2007, 5.